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El sustanciero

Imágenes que recuerdan el personaje del sustanciero y viñeta de "La Fuensanta y el Antón" obra de José Ángel
Imágenes que recuerdan el personaje del sustanciero y viñeta de "La Fuensanta y el Antón" obra de José Ángel
Imágenes que recuerdan el personaje del sustanciero y viñeta de ‘La Fuensanta y el Antón’, obra de José Ángel.

Rafael Castillejo. / Un amigo mucho más pesimista que yo (que ya es decir) en tertulia de hace unos días preveía el regreso de los sustancieros. Sepan aquellos que no estén al corriente que recibían este nombre las personas que, en los años de escasez alimentaria durante la posguerra española, se ganaban la vida yendo de casa en casa con un hueso de cerdo o vaca atado con un cordel que introducían durante unos minutos en los humildes pucheros de los hogares a cambio de alguna moneda.

Como pueden ustedes suponer, el sabor iba menguando conforme el sustanciero hacía su recorrido y el hueso recibía más baños de los que podía suportar su agónica sustancia, por lo que el precio bajaba en función de aquel sabor que, para los últimos, resultaba ser más producto de su imaginación que de la apreciación de unos tristes paladares anestesiados por el hambre.

Además del susodicho hueso, se habla también de trozos de tocino que algún sustanciero encontraba sabe Dios dónde y sumergía bien atado en ollas con algún garbanzo, judías o lentejas… si quieres las comes y si no las dejas. En muchas ocasiones, agua hirviendo y poco más, pues no todas las casas eran igual de pobres, lo cual conocían bien estos trabajadores de la legua que según viesen el contenido de los pucheros podían incluso renunciar a su perra gorda a cambio de alguna cucharada del guiso. Al fin y al cabo, si trabajaban para poder comer, la ocasión la pintaban calva para cobrar en especie.

Cuentan también que algunas amas de casa intentaban distraer al sustanciero en el momento en que las saetas anunciaban el rescate del sumergible alimento para ganar algunos segundos de sabor y que, ellos, hacían lo mismo para intentar mangar alguna patata que anduviera despistada por la cocina de la clienta. La picaresca no tiene límite cuando la gazuza anda de por medio.

Volviendo con las predicciones de mi amigo en base a los tiempos que nos están tocando vivir, que cada cual saque sus propias conclusiones y opine si existe causa justificada para que un oficio tan dramático pueda volver. Esperemos que no. Además, hace muchos años que las pastillas de caldo concentrado están consolidadas. ¡El sustancierooooooo…!

 

Rafael Castillejo
www.rafaelcastillejo.com
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