Ave Cesar (Hollywood  dorado) 

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Fernando Gracia./     Han pasado ya tres décadas desde que tuvimos noticia de los hermanos Coen. No fuimos muchos los que nos acercamos a los desaparecidos cines Buñuel para ver su “Sangre fácil”. Revistas del gremio nos habían advertido sobre lo que apuntaban aquellos tipos de Minnesota que todo lo hacían en paz y armonía fraternal.

Uno escribía y otro firmaba, o así constaba en los créditos. Poco a poco nos fueron llegando todo lo que firmaban. De tal forma que, rara avis, toda su producción arribó a nuestras pantallas de forma puntual. Como les fueron llegando los premios y reconocimientos mundiales, hasta el punto de convertirse en toda una marca de prestigio que ha propiciado el interés de los aficionados ante el anuncio de un nuevo estreno suyo. O sea, como le ocurre a Woody Allen, por poner otro ejemplo, aunque sus estilos tengan poco que ver. ¿O no?

Porque de igual forma que el neoyorquino nos habla con frecuencia de su ciudad y de sus neuras, los de la América profunda nos suelen hablar… de América. Con un humor esquinado, con tendencia al negro, un humor que cuando han querido hacer comedias “clásicas” no les ha salido nada bien, pero que cuando han querido arrancarnos solo sonrisas lo han hecho de forma inteligente. Como ocurre, más o menos, en su “Ave, César”, que ahora aterriza en nuestras pantallas.

Con una textura cromática brillante, un humor vagamente cercano a su interesante “O, Brother”, una leve línea argumental y un buen reparto, han despachado una película francamente entretenida, algo desigual, y en todo momento adornada de detalles y guiños dirigidos no diría yo que a cinéfilos, pero sí a viejos aficionados al cine.

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Ave Cesar (Hollywood  dorado) .

La acción nos sitúa en la década de los cincuenta, en plena actividad de los grandes estudios, unas corporaciones que fabricaban películas –“sueños”, como repiten más de una vez- como quien fabrica churros. Unas empresas que controlaban sus figuras hasta límites grotescos, con empleados como el que encarna un magnífico Josh Brolin, una especie de “arreglalotodo”, con diferencia el personaje mejor construido de la trama.

Este tipo de personajes ha sido tratado por la literatura y el cine en otras ocasiones. Léase, por ejemplo, “El último magnate”, de Scott Fitzgerald o véase la adaptación al cine que firmó Elia Kazan. Los Coen nos presentan algo así como el día a día de este personaje, que a los muchos problemas que tiene que solventar, como embarazos de sus estrellas, inutilidad de presuntas figuras, líos varios en los que se meten sus actores o la impertinencia de los reporteros especializados en comadreos, se tiene que añadir el secuestro del protagonista de una superproducción ambientada en tiempos de Cristo.

Esta película que ruedan muestra guiños a títulos señeros como “Quo Vadis” o “Ben Hur” y es fuente en los primeros tramos de la otra película –la que vemos nosotros- de ingeniosas escenas como la reunión con representantes de diferentes confesiones religiosas, para hallar un consenso en evitación de críticas posteriores. Un chiste de reminiscencias judías que recuerda a un acierto similar de los Monte Phyton en su celebérrima “Vida de Brian”.

maxresdefaultUna vez planteada la película el desarrollo funciona por acumulación. Como la anécdota es leve la adornan con buenos “gags” sobre los rodajes que en aquellos grandes estudios se están realizando simultáneamente.

Así vemos un número musical modelo “marineros de permiso”, unas cabalgadas de vaquero que canta –que nos remiten a Rodgers o Gene Autry, entre otros- o a una maciza Scarlett Johansson haciendo de Esther Williams, por citar algunos ejemplos.

En medio de todos estos tipos, el protagonista de “Ave, César”, o sea de la película que se rueda y de la que estamos viendo nosotros. Un George Clooney que vuelve a ser actor fetiche de los Coen. Un tipo capaz de hacer el tonto sin quedar como tal. Salvando las distancias, como fue capaz Cary Grant hace décadas. 

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Estamos, pues, ante una película entretenida, de menor nivel que algunas de la carrera de los directores.

Al salir del cine pensaba que Hitchkock le hubiera contratado seguramente para alguna de sus películas, de haber sido contemporáneos. Clooney despacha con gracia su papel y vuelve a contradecir a aquellos que dicen que apenas triunfan los que proceden de la tele. Le acompañan en cameos más o menos cortos gente de postín como Tilda Swinton, Ralph Fiennes, Frances Mc Dormand, señora de uno de los Coen, Jonah Hill y un Christopher Lambert, que quien suscribe pensaba que estaba desaparecido en combate.

Estamos, pues, ante una película entretenida, de menor nivel que algunas de la carrera de los directores –pienso en “Muerte entre las flores”, “Fargo”, “No es país para viejos”, entre otras- pero mucho mejor que entregas fallidas como “Ladykillers” o “Quemar después de leer”, entre otras también, ya que hay más. Repiten con su obsesión por el mundo de los guionistas, aunque esta vez de forma menos críptica que su premiada “Barton Fink”.

Aquí se nos presenta adobada por la supuesta tendencia al comunismo que adoptaron buen número de ellos en aquellos años. Buen chiste a la postre esa obsesión por los izquierdistas y algunas tonterías motivadas por la guerra fría.

No es una obra maestra y para algunos ni siquiera una película del todo conseguida, pero quien suscribe se lo pasó suficientemente bien.

FERNANDO GRACIA

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