Alejandro Novella. ¿Qué es eso que vuela, es un pájaro, un avión, Supermán? No, es el tiempo. Un cronómetro sin botón de pause y al que echas mano en cualquier momento. Flexible como los despidos, rígido en cuanto a sus formas y, tan engañoso que se convierte en la envidia de cualquier político, una utopía cada vez más cercana. El tiempo juega con nosotros, es nuestro banquero particular aunque generalizado, el tiempo es oro.
Un especialista en medicina encargado de los dolores físicos y psíquicos, el tiempo lo cura todo. Vuela, pero siempre permanece en el mismo sitio, movimiento paralizado y continuo, una paradoja temporal. Cirujano preciso y temperamental que, a veces, forma parte de nuestro viaje en este mundo; “no hay recuerdo que el tiempo no borre, ni pena que la muerte no acabe”, Miguel de Cervantes. Y es que el hombre tiene mucho tiempo con el paso de los años, pero más tiempo posee el propio tiempo al que nunca le falla la puntualidad.
Tiempo al tiempo, ¿para qué darle más de lo mismo a algo que lo tiene todo? Si acaso dame tiempo a mí que me hará más falta. Plasticidad absoluta incluso en los casos en los que las dichosas y frágiles manecillas del reloj marcan nuestro destino y las pautas a seguir en cada instante. Ya lo dijo Henry Ford: “cuando pensamos que el día de mañana nunca llegará, ya se ha convertido en el ayer”. La inexistencia del presente marca nuestros genes, somos presos de un pasado al que no podemos llegar, y de un futuro que ansiamos y que, por la velocidad atlética del tiempo, pronto termina en transformarse en el ayer. El tiempo vuela sí, pero también corre, y nosotros nunca le alcanzaremos, aunque pase a nuestro lado.
Ajetreos varios cada día, deshacerse de las sábanas temprano, el despertador tiembla cuando le llega el tiempo, es una esclavitud temporizada. Estamos anclados al dios Crono cada vez que miramos nuestras muñecas. Esposas que marcan una hora, una cuenta atrás hacia algo que no sabemos, solo lo sabe el tiempo.
Si corres atrás en el tiempo es una acción tan innecesaria como inútil. Es como querer atravesar un muro de hormigón. No mires hacia delante, es de idiotas, porque cuando hacemos eso lo que realmente ocurre es que dejamos escapar aún más el tiempo, se esfuma de nuestras narices, emprende la huída.
Se suele decir que el tiempo se acaba, y no es cierto. Lo que finaliza es nuestro turno, nuestras oportunidades. Aún así, algunos insisten en la idea de que hay tiempo para todo. Segundos, minutos y horas infinitas de las cuales nos pertenecen una mísera porción. No hay tiempo para poder hacer todo lo que te propongas, solo optamos de un tiempo destinado a pensar qué vamos a hacer al siguiente segundo, una pérdida de tiempo.
¿Acaso nos pertenece el tiempo? Lo consideramos como algo propio mientras todo lo que no logramos percibir se ríe de nosotros y de nuestra ignorancia, “somos hijos de nuestro tiempo”, José Ortega y Gasset, y como buenos progenitores le debemos nuestro respeto y obediencia. Estamos atrapados en sus estrictos reglamentos y dictatoriales normas.
Pensamos que somos capaces de comprar un poco de tiempo, lo hacemos tangible. Nos obcecamos en ganar algo de tiempo para nuestro disfrute, el consumismo llega a tales extremos que creemos que todo es mercancía pero… qué caro es el tiempo, causa de todos los males, un día nos sobra, y a la mañana siguiente nos falta y necesitamos ganarlo. Es imposible apoderarnos de un tiempo atemporal. Somos súbditos de unas decisiones manipuladas por una constante, el tiempo pone a cada uno en su lugar.
Ahora el tiempo se me termina igual que a los que me rodean y, a los que no. No requerimos de ninguna máquina del tiempo creada por nuestra mente en forma de pensamientos y evocaciones. Lo más gratificante es saber que el tiempo está ahí y que formamos parte de él, no nos enfrentemos a él, no le entendamos, así que tampoco intentemos negociar con él. Solo ignorémosle y metamos nuestra velocidad, quizás sea tiempo de cambiar.