Rafael Castillejo./ En aquel tiempo solía decirse que había dos tipos de escaparates o vidrieras donde los críos de familia humilde se dejaban los mocos soñando tras el cristal. Unos eran, durante todo el año, los de las pastelerías más céntricas y lujosas. Otros, en los días navideños, los de las tiendas de venta de juguetes.
Si algunos pasteles y tartas eran para muchas familias un artículo de lujo, limitándose al consumo de magdalenas, bollos, brevas, cucharadas o suelas, lo mismo ocurría con ciertas cosas expuestas en las jugueterías, donde no hacía falta saber leer el precio para deducir que podían ser prohibitivas para algunas familias humildes como la mía.
Nunca me tuvo que explicar nadie que mi carta a los Reyes Magos debía ser escrita con prudencia. Actuando así, «ellos» nunca me defraudaron. No me trajeron un tren eléctrico de aquellos con largas vías y varias estaciones, pero sí uno de cuerda que me llenó de alegría y satisfacción y con el que disfruté lo máximo que podía hacerlo un niño en aquellos años.
Rafael Castillejo, zaragozano del del frío otoño del 52, lleva años recolectando recuerdos con cariño en su Museo Digital de los Recuerdos Compartidos, donde pueden encontrarse fotografías y otros pequeños tesoros. El desván de Rafael Castillejo es un blog dirigido y según añade el autor, «a esas personas que todavía se emocionan con las cosas sencillas». En la actualidad, este blog sirve como herramienta para la ayuda en centros de atención a enfermos cognitivos.