Amparo Llamazares. Y efectivamente parece que no lo hemos hecho. No sólo por lo de las grúas, que ya es triste, sino porque a mi entender una de las razones más significativas de la falta de valores alcanzada se refleja en la comercialización de todo lo que nos rodea. La sociedad capitalista encontró un filón en el siglo XX tasando todo cuanto rodeaba a la vida cotidiana.
De hecho, si nuestros tatarabuelos se enterasen de que pagamos por el agua que tomamos o por aparcar el coche en la calle; si viesen a sus tataranietos que para jugar al fútbol (desde los 7 años) necesitan un ropero como el que ellos nunca dispusieron; si se enterasen que hoy en día hay gente que compra los ‘huevos duros’ para no molestarse en cocerlos, que lo normal es comprar mezclas de ensaladas (cuarta gama) en vez de tener lechugas en la nevera; si descubriesen que hoy los jóvenes trabajan por nada o que en ocasiones hay que pagar a una empresa porque sencillamente ha gestionado que tú consigas un empleo… ¿Qué crees tú que harían?
Sí, ya sé que estoy mayor y puede que no valore en su medida lo que la vida moderna nos ofrece, pero desde luego el paso de los años me ha dejado muy claro que todo lo que realmente me ha resultado imprescindible, no me ha costado dinero: mis amigos nunca me pidieron nada. Tampoco he visto a mis hijas como una carga económica y sí como una fuente inagotable de alegría. A ti misma te reconozco como en el poema de Mario Benedetti “en la calle, codo a codo somos mucho más que dos”. Incluso, las montañas sólo me exigieron esfuerzo a cambio de paz. Entonces, si lo importante no requiere mercantilizarlo. Tú crees que ¿vamos en la buena dirección?
Pues todo esto de una sentada, me soltó mi compañero mientras yo moldeaba con mucho cariño las albóndigas para la comida. Después de tan extenso soliloquio, sólo al final me dejó meter baza con su pregunta: ¿Vamos en buena dirección? Y yo le contesté: “Mejor, pregúntame: ¿Vamos en buen sentido?”