Marta Plano. / Su gran pasión es comunicar, ya sea empleando las palabras o las fotografías. Nacida en Jaca aunque asentada en Zaragoza, Beatriz Pitarch ha conseguido burlar los controles de Corea del Norte y visitar el país más hermético del mundo siendo periodista, escritora y fotógrafa, las tres profesiones con las que es casi imposible acceder al país del Gran Líder.
Tras regresar de Irán y de Corea del norte, dos de sus grandes viajes, decidió crear sus propios souvenirs escribiendo su experiencia como turista. Casi por accidente vio publicados ‘El chador azul’ y ‘Cerrado 24 horas’, los dos libros que relatan sus vivencias.
Estos viajes le sirvieron para darse cuenta de que la realidad de la que sus ojos eran testigo no era tan hermosa como la imagen que plasmaban sus fotografías, a lo que decidió poner solución. Tras formarse en cursos, de manera autodidacta con tutoriales de Internet y realizar el Reto 365, en el que cada día hay que tomar una foto, Beatriz ha conseguido su objetivo: aprender a comunicar a través de la imagen.
Zaragoza Buenas Noticias entrevista a Beatriz Pitarch para conocer de primera mano a esta locutora de radio, fotógrafa, escritora y ante todo aventurera.
– El Reto 365 forma parte de tu historia como fotógrafa. ¿Fue difícil tener la autodisciplina de cada día, ocurra lo que ocurra, hacer una fotografía?
– Es un reto muy divertido, y digamos que todo lo que hagas una vez al día te va a hacer mejorar poco a poco. En el caso de la fotografía, como notaba que me faltaba un poco esa autodisciplina, me obligué de esta manera. Es un poco exigente, y al final terminas levantándote pensando en qué foto vas a hacer, y cuando consigo hacerla en la mañana es un peso de encima, pero es muy recomendable hacer cada día algo en lo que quieras mejorar. Luego además comparas la foto 1 y la 365 y aunque desde fuera igual no lo noten tanto uno mismo ve muchísima evolución.
Esto te hace ver el mundo que te rodea con otros ojos. Yo ahora mismo aquí no veo una redacción, sino que estoy pensando en las fotos que haría. Incluso hace que el camino que recorres cada día del trabajo a casa, por ejemplo, lo veas cada día diferente y se convierta en una fuente de inspiración. Te hace salir de la rutina. La experiencia fue tan positiva que este año he repetido y estoy haciendo otro Reto 365.
– ¿Tienes una cámara que te acompañe a todos tus viajes o trabajas con varias?
– No salgo de casa sin cámara. Siempre llevo esta cámara pequeñita, (nos la enseña) que es una FUJI X-T1. Si tengo una sesión preparada utilizo el equipo más grande. En los viajes ha habido veces que me he llevado todo, porque muchas veces cuando llevo la pequeña luego echo de menos la más profesional.
– ¿Hy alguna fotografía que sea realmente especial para ti?
– Al principio me decían “las fotos es como los hijos, es muy difícil escoger una”… pues no, en mi caso elijo o una de un elefante en Laos u otra de unas Auroras Boreales muy bonitas que vi en Groenlandia.
La del elefante yo fui la primera sorprendida al verla. Cuando veía las fotos de otros fotógrafos pensaba en cómo podían tener esa suerte de disparar en el momento preciso, y sentía cierta envidia sana. El caso es que tomé la foto en mitad de una selva en Laos, donde utilizan a los elefantes como animal doméstico para el transporte de carga. Yo me acerqué a él y empezó a olisquear mi cámara, y mi reacción en vez de echarme hacia atrás fue disparar la cámara. Fue un golpe de suerte de que el clic lo hiciera en el momento en que levantó la trompa.
– También has querido desarrollar tu faceta de escritora con la publicación de tus dos libros, ‘El chador azul’, en el que cuentas tu viaje a Irán, y ‘Cerrado 24 horas’, sobre tu experiencia en Corea del Norte. ¿Te planteas una tercera publicación?
– Me lo planteo, y de hecho tengo muchas historias a medio escribir. Escribir es algo que me encanta que lo hago por el mismo motivo que las fotos, porque disfruto con ello. Si a la gente le gusta el resultado perfecto, pero si no lo voy a seguir haciendo. Tuve la suerte de que el libro de ‘El chador azul’, lo hice para mí, pero mi entorno me animó a presentarlo, le gustó a una editorial, y decidieron publicármelo. Tengo otros viajes novelados, pero nunca saco el tiempo para ponerle el cariño que necesita. Ahora me he centrado mucho en la fotografía y es verdad que tengo un montón de historias a medio escribir que me gustaría ponerme con ellas. He hecho viajes superinteresantes que me gustaría ordenarlos en un libro para mí, para que en un futuro cuando hable de mis viajes con mis nietos puedan leerlos.
– En principio periodistas, escritores y fotógrafos lo tienen más complicado para entrar en Corea., y en tu caso haces pleno, ¿cómo lograste entrar?
– Mentí. Tuve que mentir. Realmente entrar a Corea del Norte no es difícil si no cumples uno de estos tres requisitos, porque tampoco hay mucha demanda, pero mi problema era que yo cumplía los tres, y entonces era muy complicado entrar. En realidad mentir no mentí, fue más bien omisión de la verdad. No negué nada pero me ‘olvidé’ de ponerlo. Yo iba preparada para que en cualquier momento me dijeran que me tenía que marchar, pero bueno. Al final fue un viaje muy curioso que te hace reflexionar mucho porque te das cuenta de cómo te imposibilitan el acercamiento al pueblo coreano, ya que siempre tienes que estar constantemente bajo la tutela del guía. No es un viaje bonito en el sentido de monumentos o de descanso, es un viaje para reflexionar del que acabas sin creerte nada, ni de aquí, ni de allí.
Además tuvimos la suerte de que teníamos dos guías, una chica muy estricta, y un chico más joven que era un poco más inocente y le perdía un poco el alcohol. Cuando hablábamos con él por la noche incluso le incitábamos para que bebiera y nos contara cosas. Llegó a confesar que lo que nos contaba durante el día no era real, y nos negaba cosas que nos había contado por la mañana, como que la distribución de alimentos es igual para todos. Esto es lo que te hacía reflexionar, pensar ¿qué es verdad y qué es mentira? La paranoia llega hasta el punto de que cuando llegué aquí empecé a pensar que igual a nosotros nos tenían igual de manipulados, que las noticias podrían ser mentira, etc.
– Lo que es evidente es que Corea del Norte tiene dos realidades. ¿Pudiste ver algo de esa Corea que los guías no permiten ver?
– Por ejemplo hice fotos a niños descalzos por la carretera, y esas fotos me obligaron a borrarlas. A mí me parecían fotos bonitas porque tampoco eran niños que denotaran pobreza extrema, pero ante la duda nos la hacían eliminar. O por ejemplo para sacar una foto a unas chicas que iban vestidas con el traje nacional tuvo que ir el guía y acercarse a donde estaban porque yo no podía ver la calle que cruzaba la esquina en la que estaban. Las chicas se acercaron a nosotros, pero yo no pude asomarme allí.
Lo más parecido que tuve a un mini arrebatos de libertad fue en un baile al que nos llevaron. Como para entonces el líder Kim Jong-il estaba ya muy mayor, pude preguntar a algunas personas sobre la cuestión sucesoria, y me llamó la atención que nadie sabía si el líder tenía hijos, aunque ahora están todos obligados a decir que es su hijo.
– ¿Tú crees que los propios coreanos se creen todo lo que les cuenta su gobierno?
– Yo creo que si hubiera nacido ahí reaccionaría igual que ellos. No tienes nada para comparar, no tienes Internet sino una red interna, no puedes ir al extranjero… Creo que cualquier persona de las que criticamos lo que ocurre allí si fuésemos norcoreanos no creo que fuéramos tan espabilados como para creer que todo lo que nos han contado es mentira. Muchos de los que lo han pensado y han intentado escapar no lo han conseguido.
La guía por ejemplo nos decía “a mí me han enseñado desde pequeña que tengo la suerte de haber nacido aquí porque el mundo fuera de Corea del Norte es mucho peor. ¿Qué más me da si no es verdad si no puedo ir a comprobarlo?”. Generalmente la alternativa a este pensamiento es la muerte o pasar años en un campamento de reeducación.
– ¿Encontraste alguna diferencia entre tu viaje y por ejemplo el reportaje que emitieron los compañeros de En Tierra Hostil de Antena 3?
– Lo que veía era que cuando fui yo la gente decía “cuando muera Kim Jong-il las cosas cambiarán”, pero que ahora que ya ha habido una sucesión las cosas siguen igual. Antes las posibles esperanzas de cambio que pudiera haber antes a lo mejor venían por parte de la gente que había conocido la vida sin estas mentiras, pero ahora hasta los más mayores han vivido en este sistema dictatorial, con lo que sería muy difícil cambiarlo. La esperanza se pierde si ya tienes a todo el mudo idiotizado.
Por otro lado para la gente que consigue salir del país para bien o para mal tiene que ser todo un impacto, como entrar en otro mundo. Yo lo veo equiparable a que ahora nos enteremos de que en la Luna no solo se puede vivir sino que hay unas condiciones de vida mucho mejores.
– Sin duda es un viaje fascinante. Siguiendo con tus viajes, otro de tus grandes destinos fue Irán, donde se desarrolla tu libro ‘El chador azul’. ¿Con qué te quedarías de este país?
– Mi gran lección fue la hospitalidad de la gente y cómo me cambiaron los prejuicios al vivirlo en primera persona. Digamos que la imagen que tenemos aquí de Irán está asociada al terrorismo, que es peligroso, etc., y cuando llegas te sorprendes de que la gente es muy amable y tratan a los extranjeros con muchísimo respeto. Es un pueblo muy inteligente y muy bien informado. Me hablaban de que les encantaba la poesía española. Son conscientes de que la televisión internacional da una imagen de Irán que no les favorece, y el pueblo no entiende por qué ocurre eso. Me decían por ejemplo que les sentó fatal que cuando el 11-S la televisión emitió imágenes sobre cómo lo estaban celebrando en Irán, cuando esas imágenes, según me contaron, correspondían a la celebración del Año Nuevo. Ellos me explicaban que estaban tan consternados como nosotros.
– ¿Crees que influyó en la gente el hecho de que seas mujer y de que ibas acompañada con tu madre que usa silla de ruedas?
– En realidad creo que eso es lo que hizo el viaje más bonito. Se nota la diferencia de sexos, pero al ser dos mujeres lo notábamos menos porque no nos teníamos que separar. El hecho de ir con la silla de ruedas supongo que la gente se acercara a ayudarnos y nos preguntara qué hacíamos allí. Nos ayudaron mucho más de lo que nos han ayudado aquí.
Al final la gente es lo que hace que un viaje sea espectacular, y es con lo que te quedas. Incluso en Corea, donde te quedas con el hermetismo de la población.
– Por último Beatriz, ¿qué buena noticia compartirías con nuestros lectores?
– Para mí la buena noticia es que hoy por hoy he podido comprobar que hay muchísima gente muy buena dispuesta a ayudar al prójimo desinteresadamente. No es que me lo hayan contado, sino que lo he visto. Me parece muy bonito que siendo que hay gente con problemas, sin dinero, en situaciones personales muy dedicadas, que aun así esas mismas personas sean las primeras que desinteresadamente te prestan un paraguas cuando te pilla una tormenta en medio de Tailandia, por ejemplo. Es una gran noticia que aunque no hagan tanto ruido y no salgan en los telediarios, saber que hay más gente buena que mala en el mundo.