Miriam Fernández y Fernán Archilla. / En nuestro viaje por Egipto decidimos salirnos de la ruta clásica y apostamos por visitar el desierto Blanco. No pudimos tomar mejor decisión, ya que se trata de uno de los desiertos más espectaculares del mundo. Es uno de esos lugares tan fascinantes que te hacen sentir como si estuvieras en otro planeta.
Tras varias horas de viaje desde el Cairo, llegamos a Bahariya, una pequeña población habitada por beduinos. Nuestra primera parada es en el Desierto Negro, llamado así por el color de sus colinas.
Llegamos al Desierto Blanco justo para ver atardecer. Los rayos de sol se extienden sobre este paisaje lunar provocando un efecto deslumbrante. No tiene nada que ver con cualquier otro desierto en el que hayamos estado. Su peculiar color blanco te hace pensar que está todo nevado, y sus curiosas formaciones rocosas de piedra caliza le confieren un aspecto mágico.
Estas formaciones son el resultado de las tormentas de arena y la erosión del viento durante millones de años, dando lugar a formas sorprendentes. Son especialmente famosas las que recuerdan a una gallina y a una seta.
Hay algo que no podemos mostraros en las fotos, y es el silencio que se respira en el desierto. La sensación de paz y tranquilidad es indescriptible.
Un par de colchonetas y unas mantas es todo lo que necesitamos para disfrutar de nuestra particular suite en el hotel con más estrellas del mundo… Dormimos bajo un manto de estrellas y podemos contemplar uno de los cielos más espectaculares que hemos visto nunca, ¡aún se nos ponen los pelos de punta cuando lo recordamos!
Unos pequeños zorrillos vienen a hacernos compañía. Sus grandes orejas les dan un aspecto de lo más divertido.
El amanecer nos vuelve a regalar imágenes de enorme belleza. Si estás pensando en visitar Egipto, no olvides incluir el Desierto Blanco entre tus destinos, ¡os aseguramos que merece la pena!
