Mariano Navascués. / Pasan y, además, con más frecuencia de lo que debieran. Como, por ejemplo, pedir un blanco y que el camarero de turno, listillo como él solo, te ofrezca dos opciones: Verdejo o Somontano. Chico, qué quieres que te diga, si te las das de garito especializado utra-moderno-tope-guay debes estar un poco más fino… ¡¡¡capullo!!!
No puedes venderte como ‘bar de vinos’ y tener tan poco argumento. Al menos no metas en el mismo saco una variedad y una zona. ¿Será que todos los blancos del Somontano o todos los verdejos son iguales?. De eso nada, tío. En un lugar más humilde pase, pero si vas de molón tienes que ser consecuente.
También sucede que si te devuelven una copa por problemas de tapón no intentes buscar el corcho dentro de la botella. Parece impensable, ¿verdad?. Pues eso lo ha visto este humilde servidor. La chica de la sala sin parar de darle vueltas al vidrio, mirando a contraluz, diciendo: «Pues yo no veo nada». Ah, vale, yo tampoco, prenda, déjalo que serán cosas mías.
De la misma manera que ocurren detalles terroríficos también es fácil encontrarse buenos ejemplos, esos que dispensan al vino el trato que precisa. Como que entras a un céntrico bar zaragozano y, de buenas a primeras, te recibe una pizarra de vinos por copas con veinte propuestas distintas. Blancos, rosados, tintos, dulces y espumosos a precios que bailan entre los 2 y los 4 euros. Si decides tomarte un par –o siete- cada cambio de referencia va acompañado de vajilla limpia. Eso son formas y tampoco es tan caro. Donde encuentras un trato deferente ahí que te apalancas, y pruebas más, lógicamente, con el consiguiente incremento de unidades.
El tema del vino en determinada restauración tiene muchísimos altibajos. Por eso es el consumidor final el que debe ser más selectivo y no tolerar según qué gestos.
Hace tiempo me dijeron que “si hay malos vinos es porque hay malos bebedores”. Pues con el servicio del vino y la hostelería de batalla igual. Somos nosotros quienes consentimos que esas cosas sucedan, las malas, y quienes debemos encomiar las correctas.