Marta Plano. / Un día Miguel Ángel Berna se preguntó si en las jotas había algo más que aquel ‘que le den, que le den, que le den café’, y no solo encontró una respuesta, sino su pasión. Una pasión que le acompaña en cada palabra, en cada gesto y por supuesto cada vez que sube a un escenario.
Sus comienzos no fueron tan dulces, ya que el duro suelo de cemento no era el más idóneo para ensayar, pero era lo que había. Recibió su primer premio a los 17 años, el Premio de baile del Certamen Oficial de Jota del Ayuntamiento de Zaragoza, con su pareja
de baile Ana Cristina Araíz.
Sus pies se han movido entre dos mundos opuestos: el del baile clásico y el folclore. Finalmente ha creado un estilo de jota aragonesa propio cuyo único bailarín en todo el mundo es Miguel Ángel Berna, un hombre para quien “el cuerpo es un templo que hay que cuidar; la cárcel del alma; un alma que debemos cuidar para que esté a gusto y que cuando vuele sea feliz”.
El esfuerzo, el sacrificio y el amor son los tres valores principales que han guiado la carrera de Berna sobre escenarios de Cuba, Japón, Nueva York, Brasil, China, Uruguay, París o Roma, entre muchos otros.
Hoy entrevistamos a uno de los zaragozanos más célebres de la actualidad que ha conseguido llevar el nombre de Zaragoza y el ritmo de la jota por todo el mundo.
– Tu estilo de danza es único y muy personal. ¿Siempre supiste de algún modo que querías enfocarte hacia este estilo o se fue creando poco a poco?
– Bueno, ha sido un proceso desde pequeñito, y también una necesidad de búsqueda. Cuando quieres llegar a buen puerto el camino es largo. Las cosas rápidas, un poco como se está viendo ahora con la comida rápida, por ejemplo, ya sabemos todos que no funciona.
Es algo que ha ido siempre poquito a poco, sobre todo por urgencia interior. Estaba haciendo un baile que no sabía ni que era, para qué servía ni de dónde venía, nadie me daba respuesta. Entonces es cuando te enfrentas a esto, y necesitas tiempo para encontrar respuestas. Empecé a bailar a los 7 u 8 años y ahora tengo 46 y aquí estoy todavía, en esa constante búsqueda.
– ¿Cómo defines tu estilo de danza?
– Bueno, esto es como definir una cultura. Depende de en qué momento nos quedemos de la historia. Si nos vamos a Grecia, que es donde he ido a buscar, nos remontamos 2.500 años atrás y han pasado muchas cosas. Si lo queremos dejar en el tópico o en el baturrismo, nunca mal entendido, nos podemos plantar en los años 50 o 60, pero para mí no tiene ningún sentido, prefiero buscar la raíz en provecho.
Es un estilo basado en esta tierra, que es donde yo vengo, pero claro, por esta tierra han pasado todas las culturas, por eso quizá ese vínculo también con el flamenco, porque verdaderamente es esa conexión en España, en la Guerra de la Independencia, Zaragoza, Cádiz, esa conexión que ha habido con el Sur, o esa entrada que había por el puerto del Mediterráneo que una parte norte era Zaragoza, entonces digamos que está todo contaminado, pero en el buen sentido.
– ¿Qué es la danza para ti, al margen de ser tu trabajo?
– Bueno la danza es un trabajo pero que hay que saber para qué sirve y por qué. Digamos que cuando haces algo por entretenimiento no interesa, es para entretener, pero en mi caso realmente lo que me motivaba también era saber qué sentido tenía. Aquí nos remontamos a la época de Pitágoras ya que para ellos la música y las matemáticas eran métodos de curación, especialmente del alma, que hoy en día lo tenemos muy olvidado.
Si te das cuenta todos estamos danzando constantemente, porque no hay ni un trabajo que no se haga con el cuerpo, y lo extraño es que desconocemos totalmente nuestro cuerpo, y digamos que la danza, especialmente a través de las repeticiones, te hace estar en otro estado de consciencia. Y cuando eres consciente trabajas de un modo diferente, ves otra dimensión de las cosas. Sin embargo, cuando estás en una dimensión plana no se ve nada. Esto sería un poco la función de la danza, que tiene incluso un efecto curativo, aunque esto ya se nos ha olvidado. Ahora pasa todo tan rápido y tan de largo que no somos conscientes y no profundizamos en las cosas y esto da pie a problemas y confusiones.
– Comentas muchas referencias históricas, ¿te gusta la historia?
– Sí, bueno, me gusta, pero en realidad si no conocemos nuestra historia, ¿qué sabemos? Es como no saber quién es tu madre o tu padre, cuando sabes quién es tu padre o tu madre puedes ir a tus orígenes, y descubrir que te gustan tanto los bandoleros porque tu abuelo era bandolero. La historia siempre tiene un sentido.
– Tus castañuelas son muy especiales, ¿podrías hablarnos de ellas?
– Las castañuelas de hierro son una herencia, me llegaron de Vicente Escudero que fue un gran bailarín español. Hay otras que son de metacrilato que me las fabricó mi padre y que tienen un sentido de transparencia, es un sentido simbólico. Estas castañuelas se construyeron hacia el 97 y ahora es curioso que hay gente que sale como si las hubiera descubierto, pero son mensajes y símbolos.
– En este tiempo te has convertido en un embajador de nuestra tierra, ¿cómo llevas esta responsabilidad de llevar el nombre de Zaragoza a todo el mundo?
– Es una responsabilidad, efectivamente. Mi trabajo está fundamentado en los valores, no en mi propio ego sino en los valores. Evidentemente ha habido un esfuerzo por mi parte detrás pero es como todo, uno tiene que saber por qué y para qué. Además creo que uno debe predicar con el ejemplo y todos estamos en la misma lucha y sabemos que para avanzar tienes que matar aspectos interiores que no te ayudan. En mi caso me ha ayudado mucho conocer mi propia historia, que no la conocía, y en este caso para mí es un honor pero también una gran responsabilidad, también como persona.
– A lo largo de tu carrera has realizado multitud de espectáculos, ¿destacarías alguno con el que te identifiques especialmente?
– La verdad es que con todos. Empecé con ‘Rasmia’, que es una palabra muy aragonesa. Era una especie de reto personal y cada uno ha tenido su visión en lo bueno y en lo malo. En mi caso es cierto que he aprendido más de los errores que de los aciertos, lo que pasa es que los he pagado muy caros. No había ningún camino abierto, entonces cuando abres camino te metes en un campo de batalla sin saber por dónde va a salir el enemigo, y te llevas algunos golpes.
– ¿Te queda pendiente lograr alguna meta de cara al futuro?
– De cara al futuro me gustaría que recuperáramos la danza. El baile que nos identifica a los aragoneses es la jota, pero ¿cuántos lectores, por ejemplo, han bailado alguna vez la jota? Curiosamente el 95% de los aragoneses no son capaces de bailar espontáneamente una jota. No estoy hablando de bailar folclóricamente, ya que los joteros son el 1% de la población y no son representativos, sino personas que simplemente, porque sí, se pongan a bailar una jota. Tenemos que recuperar eso, saber por qué hace años lo bailaban espontáneamente, porque hay un motivo.
Tenemos que partir de eso, si no sabemos bailar una jota espontáneamente, ¿qué nos ponemos a hacer? No tiene ningún sentido. Es una manera de buscar la identidad de uno mismo, ya no a partir de ninguna historia, región o bandera, que muchas veces nos separan más que nos unen, sino en un aspecto más ligado a la interioridad. Si tú y yo bailamos es una manera de expulsar fuera, de comunicarnos fuera, pero al no saber nos quedamos un poco en esa frustración de ‘no sé bailar el baile de mi tierra’. Quizá me gustaría intentar ponerle remedio a esto.
– Por último, ¿qué buena noticia trasladarías a los lectores?
– Yo creo que la buena noticia es que estemos vivos, y ser conscientes de ello. Ese es el camino. Hubo una Primera Guerra Mundial, hubo una Segunda, y habrá una tercera seguramente. Se puede evitar, pero la única manera es a través de la conciencia. Una buena señal es que podamos decir que estamos vivos, pero para vivir el día a día y no desaprovecharlo, pero sobre todo tener una conciencia verdadera. Aquí entra el tema de la libertad, somos libres. Hay una cosa muy bonita en esta vida que es el libre albedrío. Lo bueno es que dentro de unos códigos éticos nos podemos desenvolver. Entonces creo que igual tenemos que volver a Pinocho y escuchar más a Pepito Grillo para que no abran los telediarios con gente con la cabeza cortada, ya que nosotros somos partícipes de ello. Entonces, la buena noticia es tomar conciencia y dejar de lado un poco este consumismo.