Fernando Gracia. / Todavía anda por nuestras pantallas una modesta película española, que no ha tenido excesivo eco entre el respetable, a pesar del nombre de su director.
Borja Cobeaga es quien firma la autoría de NEGOCIADOR, pero para orientar a muchos potenciales espectadores hay que añadir su condición de guionista de la exitosa Ocho apellidos vascos, lo cual acaba por ser un arma de doble filo.
Puede ocurrir que algunos se acerquen a verla pensando asistir a un producto similar y se lleven un chasco al encontrarse una historia muy seria, eso sí sazonada por un leve sentido del humor de los que no arrancan risas. Y es que lo que ha pretendido el excelente guionista ha sido algo tan complejo como desdramatizar el tema de la ETA. Casi nada…
Quienes seguimos la carrera de este joven vasco desde sus éxitos al frente del equipo de Vaya semanita, programa de humor de la tele pública vasca, sabemos cual es su estilo y sus intenciones. El programa citado hacía humor sobre la idiosincrasia del pueblo vasco, sin eludir temas vidriosos. El resultado eran unas historietas divertidísimas en las que se reían de todo el mundo empezando por ellos mismos, práctica harto saludable.
Con ese tono y utilizando algunos de sus actores fetiche, con el gran Ramón Barea al frente, se nos cuentan las negociaciones que hubo en terreno francés entre un representante del gobierno español –Eguiguren, aquí rebautizado Aranguren- con representantes etarras como Josu Ternera o Thierry. Algo que realmente ocurrió hace solo diez años, o sea anteayer como quien dice.
La película consigue ampliamente su objetivo: presenta a unos tipos de lo más corriente quitándoles toda solemnidad, nos da unos breves toques sobre la vida cotidiana en el País Vasco (véanse las actitudes de los clientes de un bar ante la presencia de un conocido diputado socialista), y nos ilustra entreteniéndonos.
El primer mérito que le encuentro a la película es su propia existencia. El haber sido capaz de hacerla. Y cuanto más pienso en ella más opino que no había muchas otras formas de abordar el asunto, sin caer ni en el extremismo ni en el panfleto.
Es una comedia sin risas, un ejemplo de que por medio del humor se pueden tratar los asuntos más serios. Evocar ahora al gran Berlanga y recordar El verdugo o Plácido pienso que no está de más.
Todavía están a tiempo de verla, aunque seguramente ya durará poco. Cobeaga, su director, está demostrando ingenio y valor con sus trabajos y merece que se siga su trabajo. Espero que el éxito de sus ‘apellidos vascos’ no le distraiga y siga firmando películas tan estimables como esta, al igual que lo han sido sus celebrados cortos Éramos pocos o La primera vez o el recientemente exhibido por esos festivales de Dios, titulado Democracia, que recomiendo vivamente lo vea todo el mundo.