Rafael Castillejo./ Me encontraba una noche con mi mujer en una pulpería gallega situada en el centro de Zaragoza y… ¡zas! al utilizar tenedor y cuchillo para cortar un chipirón a la plancha, el molusco en cuestión, cual Cid Campeador después de muerto, le disparó un chorro de líquido aceitoso que fue a impactar directamente en su blusa recién estrenada.
Tal rastro dejó el accidente que, Isabelita, tras rechazar del establecimiento el típico quitamanchas o polvos talco por temer que fuese peor el remedio que la enfermedad, tomó un taxi con dirección a nuestra casa mientras yo me adelantaba a reservar asiento para asistir al concierto que unos amigos daban cerca de allí. Mi mujer no tardó en aparecer con una nueva indumentaria, olvidando de momento el percance. El lunes, visita a la tintorería y… todo arreglado, pensó.
A los dos días, la blusa le fue devuelta pero las manchas podían verse con ‘oscura claridad’. Solución: Una vecina, que todavía utiliza jabón casero de ese que hacían antes en los pueblos con grasas animales y que ahora preparan en muchas casas mezclando aceite con sosa y agua, le dejó la blusa como nueva. Dicen que lo más parecido a esto era el antiguo jabón de la marca ‘Lagarto‘. Es más, mi abuelo paterno se estuvo lavando la cabeza con él durante 80 años y, cuando murió, no le faltaba ni un pelo. Sin embargo, los tontos de sus nietos que se gastaron mucho dinero en los mejores champús, lucen calvas brillantes de esas que, gracias a Dios, están de moda, porque si no…
Resumiendo: que en cualquier tiempo pasado, el jabón fue mejor. Olería peor, pero limpiaba más. Y seguro que perjudicaba muchísimo menos el medio ambiente. Después de esto, podríamos hablar de los distintos detergentes que durante décadas hemos visto anunciar por televisión donde el fulano de turno, ofrecía remedios casi milagrosos a la madre desesperada tras ensuciar sus niñas el vestido de Primera Comunión o por volver el nene de jugar al fútbol pareciendo que regresaba de la guerra.
Y, he aquí cómo de un chipirón que luchó después de muerto, he pasado a escribir de la publicidad engañosa pero, si sigo, esto no sería un pequeño relato pues a poco que rebuscara datos, podría salirme un buen tomo, así que prefiero quedarme con el recuerdo de aquellas mujeres que carecían de todas las comodidades que hoy tenemos y se dirigían cargadas con un enorme balde al lavadero público o al río, provistas de sus piezas de jabón de tajo para lavar la ropa de toda la familia o fregar la vajilla y los cubiertos. Visto así, quizá no nos importe que alguna mancha se nos resista y valoremos lo que tenemos, aunque a veces algunos fabricantes nos engañen como bellacos. Así, tendré que pensar que lo del ‘cualquier tiempo pasado’ será aplicable al jabón pero no a la lavandera. Por cierto, que el jabón ‘Lagarto’, que en 2014 cumplió cien años de antigüedad, se fabrica y comercializa actualmente en Zaragoza e Illescas (Toledo) junto con varios otros productos de limpieza, concretamente desde que la empresa Euroquímica S.A. adquiriese en la década de los noventa el centro de producción que la firma Lizariturry y Rezola tenía desde hace tantos años en San Sebastián.
Rafael Castillejo
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