Mariano Navascués./ No termino de entender por qué seguimos arrinconando al rosado, pobrecico mío. Todavía hay quienes lo rebajan hasta posiciones de escasa estima cuando, en realidad, es un tipo de vino que tiene todas las de ganar. Le sobran motivos para encandilar a cualquiera.
En muchas ocasiones hemos escuchado argumentos con poco fundamento y, qué casualidad, siempre vienen de personas no iniciadas. Los “no sé, a mí no me gustan”, “nunca me ha dado por ahí”, “no son ni una cosa ni otra” o “como mucho el Lambrusco” son habituales. Sin embargo -también nos ha sucedido- esos razonamientos se invierten cuando los prueban. Entonces el discurso cambia por completo.
Y yo me pregunto, ¿qué ha hecho el rosado para merecerse semejante desdén?. Hay que tener en cuenta que hoy es cuando mejor se elaboran y, por lo tanto, cuando más ricos están. Las elaboraciones se han afinado, se juega con otras variedades y en definitiva se ofrecen productos que nada tienen que ver con los que se hicieron en otros tiempos.
Mientras sigue coleando la eterna duda de si es lo mismo el rosado que el clarete –ahora no viene a cuento la explicación- los índices de consumo en Españistán continúan cayendo en picado año tras año (un 1,5% en 2013 según Nielsen). La falta de interés hace que sea el patito feo del vino… y no es justo.
Por norma general, pregúntenselo a cualquiera, en lo que a bebidas se refiere preferimos lo frío a lo caliente y nos decantamos antes por lo dulce que por cualquier otro sabor. Y ya, si le ponemos chispa con burbujitas no les quiero ni contar. El rosado agrupa todo ello, además, a precios más que razonables, porque encontramos vinazos de esta tipología por cuatro perras.
No soy el primero que lo hace, ni mucho menos, pero me parece oportuno adular al rosado a través de estas páginas. Porque entre todos debemos motivar su consumo, porque en Aragón no hace falta buscar demasiado para encontrar magníficas referencias, porque hace calor –aunque para nada son vinos estacionales- y porque me da la gana a mí… ¡¡¡qué pasa!!!.
Puesto que ha de predicarse con el ejemplo, también creo conveniente listar algunos de los motivos por los que debemos engancharnos a este (maltratado) tipo de vino. En muchos casos cumple a rajatabla el bueno, bonito y barato.
Por sensaciones
Un rosado es una explosión, un bombazo de fruta y juventud -con aparente ligereza- cuya frescura los hace irresistibles. Resultan tan golosos como si entrásemos a una tienda de chucherías y metiésemos la nariz en los cajones de frambuesas, fresas, cerezas y demás frutas. Ahí es donde entra en juego el escuadrón de variedades que se utilizan. Y es que, además de los clásicos garnacheros, encontramos otros que toman como base Merlot, Pedir Verdot, Sumoll o Mazuela. Para más INRI, si además llevan un punto de aguja las sensaciones de viveza se multiplican y por lo tanto el baremo placentero sube como las propias burbujas. Por acidez e incluso por cuerpo, porque la tendencia que viene es la de elaborar rosados con más carrocería, son vinos infalibles. Además, podemos encontrar un montón de alternativas en el mercado.
Por referencias
Centrémonos en lo que ofrece Aragón, para qué levantar tanto el vuelo. Hay zonas que antes más que ahora se asociaban irremediablemente con los rosados. ¿Se acuerdan, por ejemplo, de la fama que alcanzaron los de Calatayud?. Hoy en día siguen estando ahí y están si quiera más ricos que aquellos. En cualquier denominación de origen o zona de vino de la tierra encontramos un puñado de buenos ejemplos que, en muchos casos, parten de la Garnacha como componente dominante aunque se juega con otras cepas… y eso mola, la diversidad. Los hay con menos cuerpo, otros con más envergadura y poderío, con y sin carbónico, con una escala cromática más diversa de lo que creemos… la heterogeneidad vinícola aragonesa también afecta a los rosados, a los ricos y joviales rosados hechos aquí.
Por precio
Echando mano de la oferta que propone una vinatería zaragozana en su web, el precio medio de las 13 referencias que llenan los estantes es de 4,9€. Y eso que hablamos de que el más barato está en 3,6€ y el más caro en 7,9€. Por menos de 5€ tenemos muchísimas alternativas y eso no lo cumplen otras tipologías. Hablamos de precios más que razonables para disfrutar a diario. Si hiciésemos esta comparativa con blancos y tintos jóvenes la tarifa media no saldría tan ajustada ni de lejos. Por lo tanto, el precio también es uno de los valores que manifiesta el rosado para auparse en la consideración que merece.
Por matrimonio
Las opciones de maridaje que ofrece el rosado son amplísimas. Da igual que le pongas una ensalada, un cochinillo o un pulpo. Se comporta maravillosamente bien. Lógicamente esto de las armonías tolera muchas más opciones de las que pensamos y, además, cada cual tiene sus gustos. Pero quiero insistir en el mogollón de buenas compañías. Prueben, por muy extravagante que les parezca, porque se sorprenderán casi siempre… y para bien.
Por tendencia
En España los tenemos menospreciados pero otros países, como Francia, se están reenamorando de estos vinos. Se intuye una tendencia regresiva hacia los rosados, porque empiezan a ser los fashion entre la gente joven. Ojala sean moda –no pasajera- y esa corriente llegue también a la península.
Entonces, ahora… ¿abrimos unas botellas?.