Alejandro Novella./ Una cicatriz hecha a conciencia. Una batalla perdida desde su comienzo pero celebrada como un gladiador frente al león ya muerto. Somos etapas en una vida, algunas pasan sin más y otras nos hacen mella. Cambiamos de opiniones como de vestuario, aunque mantenemos siempre una muda limpia en forma de convicciones. Un estilo personalizado al propio individuo y solo comprensible por éste.
Nada más nacer envueltos en sangre, nos limpian. Nos homogenizan de tal manera que únicamente nos representa nuestra elección en la ropa y, lo poco que podemos moldear nuestro cuerpo. Algunos inician lo que se puede considerar una revolución interna.
Cada uno con sus problemas, olvidarlos es un fracaso. Se dice que de los errores se aprende, y por ello nunca superarlos del todo es la mejor opción. Grabarlos en nuestra mente es la ayuda necesaria. No rematarlos, solo dejarlos moribundos, convertirlos en recuerdos enjaulados y guardar siempre la llave encima.
No somos máquinas y, por tanto, nuestro cerebro a veces falla. Somos limitados en cuanto a inteligencia y, muchas veces, los pensamientos vuelan. Ahora nos adelantamos a la mente y nos apartamos de lo etiquetado como “normal” a través de uno de los artes más antiguos, el tatuaje. Los polinesios conferían el tatuaje como ornamentación que tenía un significado claro, la virilidad y jerarquía. En el antiguo Egipto se le proporcionaba a esta pintura corporal funciones mágicas y basadas en la protección de su dueño.
Otros casos conocidos hablan de tatuajes como evolución de la fase de la pubertad a una nueva etapa adulta. Un paso común dado en América con los indígenas. En occidente, sin embargo, el tatuaje se ha ido incorporando con paso corto pero decidido en la sociedad del viandante. Cabe destacar el significado abrumador que exigió para algunos esta simbología epidérmica como son todos aquellos seguidores enloquecidos de la doctrina nazi alemana. Actualmente esta práctica se concibe como algo puramente estético, aspecto que contradice todo lo que el tatuaje conlleva.
Un significado que se convertirá en tu sombra de día y de noche. Una explicación para cada gota de tinta. Un prisionero que ahoga la justicia en charcos de pigmentos negros. Lágrimas de alquitrán se asoman por sus ojos para distinguirse entre los lloros de la multitud. Un estigma que le señalará de por vida tras acometer actos moralmente reprochables. Un reo sin redención, acaparadores de tatuajes, los denominados carcelarios. En definitiva, un dibujo, un recuerdo imborrable.
En nuestra sociedad actual el mundo del tatuaje tiene dos sentidos con distintas salidas; el de los flipados que no saben darte explicación si les preguntas que representa su dibujo, solo un: “¿A que mola?” Y luego están los que realmente dan un verdadero significado, a los que tras exponer tu duda sobre el tatuaje, no eres correspondido con una respuesta concreta, solo un: “algo que quiero recordar de mi vida y nunca debo olvidar”. Ese es el sentido real y congruente del tatuaje.