Fernando Gracia Guia./ Justo cuando hace cien años de la batalla de Gallipoli, en la que los australianos sufrieron la mayor pérdida de soldados de la I Guerra Mundial, llega a nuestras pantallas un melodrama relacionado con ese hecho bélico.
A principio de los ochenta Peter Weir ya abordó este asunto en su excelente “Gallipoli”, con un joven Mel Gibson al frente del reparto. No alcanza la calidad de aquella esta película que ahora nos llega, que supone el debut tras la cámara de Russel Crowe, omnipresente también frente a ella en esta nueva entrega.
No nos encontramos ante un filme redondo, ni mucho menos. Siendo rigurosos se le pueden poner bastantes reparos, pero la impresión final es que se trata de una película destinada a gustar a una amplia mayoría. Un tema interesante, un tratamiento épico que por momentos alcanza grandes cotas, unos paisajes bien retratados y un sentido del espectáculo continuo hacen que la película nos resulte muy convincente visualmente y que nos predisponga a perdonarle unos cuantos excesos.
Para empezar, la continua presencia en pantalla de Crowe, convencido de ser el centro indispensable y muy seguro de sus innegables dotes como actor. Añadamos a esto la inclusión de una historia paralela, la de una mujer que regenta un hotel en Estambul, que a veces suena como metida con calzador. Unos toques esotéricos, muy hermosos como truco narrativo, aunque discutibles apelando a la lógica, y un gusto por los planos cenitales y ampulosos como corresponde a alguien que de pronto se encuentra con el caramelo de debutar como director, sabiéndose una estrella como es el caso de Crowe.
Pero a pesar de todas estas razones, debo decir que no me he aburrido ni un instante y que como melodrama, un tanto “a la antigua usanza”, funciona. Se podría decir que es más bonita que buena, como se puede decir que es recomendable para un amplio espectro de espectadores.
Vista desde el lado australiano y abducidos tanto guionista como director del innegable encanto de Estambul y de la cultura turca, presenta a los enemigos de estos tras la guerra mundial, los griegos, de forma harto maniquea, aspecto que no hace sino reforzar la imagen de cine antiguo que rezuma la producción.
Los australianos recuerdan aquellas jornadas en una península lejana como uno de los hechos bélicos más importantes de su vida, aunque sea desde el lado luctuoso. Es comprensible que Russel Crowe se haya sentido inclinado a adentrarse un siglo después en ese tema, y si bien cabría haberle demandado mayor sutileza en su tratamiento, lo cierto es que ha despachado una película atractiva, llamada a gustar más al público que a la crítica.
A destacar la actuación de uno de los más importantes actores turcos del momento, Yilmaz Erdogan, recientemente visto en la excelente “Érase una vez en Anatolia”. Mucho más limitada como actriz, aunque de indudable belleza, Olga Kyrilenko, ex chica Bond, a quien la propuesta parece venirle un poco grande.
Russel Crowe llena la pantalla en su rol de actor, como suele ser habitual. Se ha reservado abundancia de primeros planos, pero ya se sabe que “quien parte y reparte”…