Fernando Gracia. / ¿Fue un genio este norteamericano enamorado de Shakespeare? Habremos de concluir que si tantas personas opinan que lo fue, habida cuenta que eso es algo que compete a los demás decidir y no al propio interesado, sí que tuvo al menos un comportamiento que alcanzó la genialidad en numerosas ocasiones.
Porque es difícil ser sublime sin interrupción, recordando aquí la frase de Baudelaire. Y el bueno de Orson tuvo una carrera harto desigual, capaz de dar al mundo ‘Ciudadano Kane’ con solo 26 añitos, de filmar algunas de las mejores versiones del teatro del bardo inglés o de dejar joyas como ‘Sed de mal’ o brillantes curiosidades como ‘Fraude’ o ‘Una historia inmortal’, mientras que en ocasiones se estrellaba ante crítica y público o protagonizaba películas poco honorables, que no le servían más que para juntar dinero con el que financiar sus proyectos de autor.
Se ha mencionado hasta la saciedad su ocurrencia al hacer creer a los americanos por vía radiofónica que los marcianos habían invadido el país. No falta quien opina que esa ¿genialidad? cambió en cierto modo el devenir del mundo de las ondas.
Para mí fue todavía más importante lo que supuso el rodaje en 1941 de la película claramente inspirada en el magnate de la industria periodística Randolph Hearst. No solo por la historia que contaba, que también, sino por su técnica narrativa a base de flashbacks así como por el manejo de la cámara, consiguiendo efectos entonces impensables como hacer que se vieran los techos de las habitaciones en algunos momentos.
El propio Welles asumió el papel protagonista solucionando a base de maquillaje los diferentes aspectos que debía presentar por el devenir del tiempo. Siempre fue muy cuidadoso con este asunto del maquillaje, rumoreándose que en épocas posteriores era él mismo quien se lo aplicaba. Recuérdese, solo por citar algunos casos, su aspecto en ‘Macbeth’, ‘Sed de mal’, ‘Otelo’, ‘Moby Dick’ o ‘Un hombre para la eternidad’.
A partir del batacazo en taquilla con películas como ‘El cuarto mandamiento’ y aun peor con ‘La dama de Shanghai’, buscar financiación para sus proyectos como director se convirtió en una titánica aventura, agravada por su propia forma anárquica de dirigir, a veces embarcado en más de una idea a la vez, tomando y retomando proyectos, demorando fechas y produciendo enormes quebraderos de cabeza a los que en el fondo se estaban jugando sus dineros.
La búsqueda de dineros le llevó hasta España, país que acabaría siendo fundamental para él y por lo que parece bastante querido del artista. Fue Emiliano Piedra, el marido de Emma Penella, quien le financió el viejo proyecto de llevar la figura de Falstaff al cine. De ahí salió ‘Campanadas a medianoche’, que no era sino la ingeniosa fusión de tres obras de Shakespeare; un filme que se estrenó con sorprendente éxito en nuestro país y que ha pasado a la posteridad como una de las más brillantes –y por qué no, geniales- adaptaciones del mundo del genio de Stratford.
Adaptó nada menos que a Kafka –’El proceso’- y dejó inconclusa su visión del Quijote, que sabe Dios qué habría sido en sus manos, aunque cabe pensar que el personaje se adaptaba muy bien a su ideario estético y, por qué no, ético. Pude ver el montaje que Jesús Franco, ayudante de dirección en el tantas veces demorado proyecto, hizo hace unos años. Resulta difícil intuir lo que hubiera dado de sí tras el montaje, dado que la forma fraccionada de su rodaje hacía pensar que ni el propio Welles lo iba a tener claro hasta que no se sentara en la mesa de montaje.
Fue un tipo brillante desde su infancia, triunfó cuando era un joven, dejó un puñado de grandes películas incluida la de Kane, que durante décadas fue considerada la mejor de la historia, amó a numerosas mujeres –cómo olvidar a Rita Hayworth, a la que casi arruina al final su carrera-, fue amigo de toreros y pidió que parte de sus cenizas reposaran en España. Y así fue, ya que en una finca de Antonio Ordoñez se encuentran.
Cien años y aún hablamos del
. Podemos recordarle revisando alguna de sus películas y después ya pensaremos si el adjetivo de genio nos parece más o menos correcto.