Yolanda Cambra. / Hay una cita que se atribuye al arquitecto Frank Lloyd Wright, aunque yo tengo mis dudas, que dice “La juventud no es más que un estado de ánimo”. Da igual la edad que tengas, si tu espíritu es joven y mantiene su frescura intacta. Y ya sé que la idea está muy manida, pero es que yo lo creo firmemente.
Ser joven es tener ganas de aprender, de seguir intentándolo, verte capaz, arriesgar, plantarle cara al desánimo, reír, vestirte como te dé la gana y vivir a tope. En resumen, hacer lo que te apetece y no lo que se espera de ti. Y eso, amigos míos, es una actitud ante la vida. La buena noticia es que se puede adoptar, independientemente de la edad que tengas.
El otro día, esperaba en el pasillo del colegio a que terminasen la clase mi hija y sus compañeros, porque tenía tutoría. Pasaron todos por delante de mí y me quedé reunida con el tutor. Al llegar a casa, mi hija me dijo que varios compañeros le habían preguntado si yo era su madre. Al decirles ella que sí, le respondieron “Halaaaa!!” No muy segura del criterio de unos niños de once años, pregunté a mi hija qué significaba eso y me dijo “Que les has parecido guay”. No debe de ser muy habitual que las madres de cuarenta y tantos vayamos con diademas de margaritas y gafas de pin up blancas por la vida. Oye, pues qué pena, ¿no? A mí me parece divertido y me hace sentir bien conmigo misma, me da la sensación de poner un toque de color y frescura, de que mi estado interior se refleja por fuera. Porque yo me siento joven y soy una flower power cuarentañera. Hace años, antes de ser madre, me compraba mis zapatos en zapaterías infantiles porque siempre me gustaban más y me parecían más divertidos que los de señora. Capítulo aparte merece cuando empezaron a llamarme ‘señora’ y yo miraba a otro lado, convencida de que no se estaban refiriendo a mí.
Tenemos en Zaragoza a un hombre que, aunque tiene mucha edad, me resisto a llamarlo anciano o abuelo, alguna vez he hablado de él en mis redes y lo he apodado cariñosamente ‘el caballero minion’. Es un gentleman en toda regla: su traje impecable marino o beige, su sombrero y su bastón, combinado siempre con unas divertidísimas corbatas de Disney y relojes de silicona de colores fluorescentes. ¡Bien por él!
¿Cuántas veces te ves en una situación en que te gustaría hacer algo o ponerte alguna prenda o complemento, pero no lo haces porque piensas que dónde vas tú con eso? ¡Pues al fin del mundo o a donde te dé la gana, y con la cabeza bien alta! ¡Que vivan los coleteros de osos, las camisetas de Harry Potter, las faldas de tul con bambas, las tiaras y diademas de flores, los bolsos de Mafalda y la saga de Star Wars! ¡Que viva todo aquello que nos haga sonreír ante el espejo y nos ayude a pensar que la vida es divertida!
¿Sabéis qué pasa? Que la gente que hacemos lo que nos gusta, sin pensar en la opinión de los demás, lo que estamos haciendo en realidad es arriesgar. Nos arriesgamos a las críticas y a no ser aceptados en una sociedad encorsetada y estreñida. Pero si con mi edad te arriesgas a salir a la calle con dos trenzas a lo Pocahontas, te aseguro que pocas cosas te van a frenar en la vida. Porque cuando arriesgas en cosas así, ¡arriesgas en todo! Y es que, al final, ¿qué es la vida si no lo intentas? A la gente que siempre dice ‘no’, nunca les pasan cosas. Si algo tiene la juventud es esa fuerza imparable que les hace creer que pueden con todo ¡y pueden!, rebosan energía por cada poro de su piel, toman todo lo que la vida va poniendo en su camino. Pero os aseguro que esa actitud no es exclusiva de los chicos de veinte años.
Y esto, no os confundáis, no es incompatible con la capacidad de envejecer dignamente, cualidad que espero no perder. Envejecer con dignidad es no tener miedo al espejo, amar cada una de tus arrugas y manchas solares porque significan que has vivido muchas cosas, saber que te has convertido en la persona que proyectaste ser, disfrutar de la vida con la serenidad que aportan los años y aprender a distinguir lo que es verdaderamente importante.
Si coincidimos en el parque de atracciones, espero verte montado en la montaña rusa. ¿O vas a seguir esperando abajo?
Yolanda Cambra