Yolanda Cambra. / Desde que decidí estudiar los fines de semana, mi vida se estaba convirtiendo de nuevo en un no parar. Encantada con mis prácticas, y dada mi disponibilidad horaria, dejaba que todo el mundo eligiese los horarios que mejor le encajaban, y yo me adaptaba. Nada mejor que una aplicación en el móvil, con identificadores sobre la tabla horaria de la semana, para darme cuenta de que había convertido mi agenda en un pandemonium. Aquella pantalla quedaba salpicada de citas de colorines clasificados por categorías: Prácticas online en berenjena, prácticas presenciales en rosa chicle, formaciones en mostaza, médicos en verde, charlas en azul, reuniones en gris, citas del colegio de los niños en lila… Pronto me di cuenta de que había algo a lo que no había asignado ningún color: a mí misma. ¿Dónde quedaba mi tiempo?
Ya había vivido aquello y no estaba dispuesta a repetirlo. Contacté con todas las personas con las que estaba haciendo las prácticas y cuadramos las agendas de forma que el martes quedase sin citas. El martes es un buen día para dedicarme a mí misma, ya que es el día en que mis hijos van a casa de su padre. Y decidí que los martes serían, a partir de ese momento, un día a la semana sin prisas, para hacer cosas yo sola, que podían ser desde ir a comprar ropa, depilarme, quedarme en casa leyendo, salir a pasear tranquila, ir al cine, tomar café con un amigo, darme un masaje, quedarme en la biblioteca un poco más aunque sea la hora de comer, llenar la bañera y sumergirme en espuma, apuntarme a aprender mindfulness…
En nuestra vida tenemos tiempo para todos menos para nosotros mismos y hueco para todas las actividades, excepto para las nuestras. Reivindica un día a la semana para ti, o unas horas, o un momento… Siempre habrá un tiempo que puedas sacar. Te aseguro que es absolutamente reparador.
No esperes a encontrar un momento de descanso para concedértelo, porque nunca te va a sobrar tiempo. Date el valor que mereces y marca tu momento en la agenda porque es tan importante como cualquier otra actividad de la semana.
Si aún estás en ese punto en el que dedicarte a ti mismo te hace sentir culpable, plantéatelo como una inversión; en salud, en tranquilidad, en mejores relaciones con los demás, en sentirte mejor contigo mismo.
Encuentra pequeños rituales en los que convertirte en tu máxima prioridad. Por unas horas, nada de niños, nada de móvil, nada de trabajo, nada de nada. Solo tú, y tú, y tú. ¿Cuánto tiempo pasas a la semana contigo mismo? Y no digo simplemente a solas, sino acompañándote, sintiéndote, escuchándote a ti mismo, haciendo lo que quieres hacer y estando donde quieres estar. Recuperándote, física, mentalmente y como ser que vive desconectado de su cuerpo y de sus sensaciones.
Cuando proclamé el martes como mi día, aún hacía frío, y recuerdo que mi segundo martes tomé un café con una tostada con tomate y aceite de oliva, sentada en una terraza bajo el tibio sol de invierno. Envuelta en mi abrigo en aquella plaza, disfrutando de un delicioso desayuno, en calma y tranquila, mientras la gente caminaba a mi lado con el paso apurado y oía el tráfico incesante… ¿Sabéis esa sensación de aislamiento cuando sumerges la cabeza bajo el agua, en la que parece que estás muy lejos de todo ese bullicio que escuchas? Pues justo así me sentía. Algo tan simple como un desayuno en el exterior, me hizo sentir por unos minutos como la protagonista de una película. Y ya lo creo que lo fui, la protagonista de mi propia historia. Por un rato sólo tuve que preocuparme de mí, de mi bienestar y mis sensaciones, de hacer lo que me apetecía y estar justo donde quería estar. Y, desde entonces, en mis martes quedaron instaurados los desayunos al sol.