Yolanda Cambra:/ Curioso que sea una de las expresiones que antes aprendemos a decir cuando empezamos a hablar, siendo aún bebés. Los niños afirman su personalidad negando y llevando la contraria a los adultos. Luego nos enseñan que llevar la contraria es faltar el respeto. Y de ahí pasamos a querer agradar a todo el mundo y perdernos el respeto a nosotros mismos, porque jamás se puede decir que sí a todos sin olvidarse por completo de uno mismo.
Decir que sí cuando quieres decir que no, esconde, en realidad, miedo a ser rechazado, o a generar una opinión negativa sobre nosotros. Pero lo cierto es que nuestra valía personal no está condicionada a la rapidez o diligencia con la que atendemos las peticiones de otros.
Por regla general, si hay alguien que ante tu negativa te suelta un “Hay que ver cómo eres…” es porque, seguramente, llevará mucho tiempo aprovechándote de tus favores. Hay personalidades muy curtidas en estas lides: ¿Me puedes llevar el niño al colegio?, ¿Te encargas tú de comprar los materiales?, ¿Me prestas ese vestido que tanto me gusta?. Y, cuanto más veces digamos que sí, más nos van a pedir. Lo que empiezan siendo favores terminan siendo obligaciones. Pero no hace falta encontrarse con uno de estos perfiles para cuadrarse y aprender a decir que no.
Nos piden o proponen algo y empezamos a pensar “Uf, me viene fatal. Para poder hacerlo tendría que reorganizar mi agenda del día y es muy complicado porque….” y antes de que tu diálogo interno prosiga con su cháchara, escuchas a tu boca decir “Sí, claro, ya sabes que no hay problema”. E, inmediatamente, tu diálogo interior cambia: “¿Cómo? No me lo puedo creer. Eres tonto, ¿cómo has podido volver a decirle que sí? Prometiste que nunca más lo harías” Y ese parloteo incesante te va a perseguir durante todo el día y hasta mucho tiempo después de hacerle el favor. Desde el mismo momento en que accedemos ya nos estamos arrepintiendo, porque sentimos que nos hemos traicionado a nosotros mismos y que hemos vuelto a poner el bienestar de terceros por encima del nuestro.
Aprender a decir que no, cuando es que no, es una de las primeras cosas que debes lograr si quieres crecer a nivel personal. Al principio te sientes fatal, porque sientes que decepcionas a la persona que te pide algo y crees que “deberías estar a la altura”. Y lo estás, pero a la altura de tus necesidades, no a la de sus demandas o expectativas sobre ti.
Es un ejercicio que perfeccionarás con la práctica y, poco a poco, irá desapareciendo ese sentimiento angustiante de culpa que acompaña cuando aprendes a decir que no. Pronto aprenderás que esa sensación dura mucho menos que el arrepentimiento de haber dicho que sí. Y, en el fondo, te hace sentir bien porque has sido fiel a tus principios y has cumplido lo que habías decidido hacer la próxima vez que surgiese una ocasión así.
No hace falta ser desagradable, ni hacer sentir mal al otro. Siempre puedes dar una respuesta amable del tipo “Me gustaría ayudarte, pero no es posible” o un “Hoy me va mal, si quieres quedamos otro día”
Aprender a decir que no, te proporciona una liberación absoluta, te capacita a dominar una situación ante la que antes te doblegabas, te devuelve coherencia, amor y respeto por ti mismo, te libera de gente tóxica y aprovechada, te ayuda a ganar tiempo para ti y tus cosas.
Nunca una palabra tan corta y sencilla de pronunciar tuvo tanto poder.