A.R.E. El gallego Ramón Silvestre Verea García ha pasado a la historia por ser el inventor de la calculadora, es decir, de la primera máquina que fue capaz de hacer operaciones de sumar, restar, multiplicar y dividir en cuestión de segundos y dando como resultado números de hasta 15 cifras. Este aparato, bautizado como Verea Direct Multipler y que actualmente se encuentra en White Plains, la sede de Nueva York de la empresa IBM, pudo haber convertido a este emigrante español en millonario… pero Verea se negó a comercializar su patente,afirmando a un diario que sólo acometió semejante avance por “el deseo de probar que en genio inventivo un español puede dejar atrás a las eminencias más cultas”.
Este comportamiento es sólo un detalle, la punta del iceberg del carácter de este hombre cuya aportación al mundo de la ciencia fue importante, casi tanto como su legado al mundo del periodismo y es que… ¡En efecto! El inventor de la calculadora, ese adelantado ingenio que logró lo que Pascal y Leibniz, entre otros científicos, no consiguieron, era, sobre todas las cosas, un hombre de letras. El gallego fundó y llegó a mantener durante años una publicación, El Progreso, que se sostenía sin publicidad a fin de conservar su independencia
La historia de Verea comienza en San Miguel de Curantes, una aldea de A Estrada, en Pontevedra, donde nació en 1833. Su familia se dedicaba al campo, a la labranza, pero él tuvo la suerte de que un pariente, Francisco de Porto, era sacerdote y le ayudó a formarse; primero acudiendo a la escuela de primeras letras de Curantes y dándole acceso a la biblioteca de la iglesia y luego intercediendo por él para que estudiara Filosofía y Letras en Santiago de Compostela. Cuando marchó de casa tenía sólo unos 13 años. Cabe destacar que ya desde pequeño tuvo cierto gusto por la mecánica y la confección de objetos, una afición que mantendría en su edad adulta.
Tras dos años, Verea ingresó en el Seminario gracias a la obtención de diversas becas. Sin embargo, en 1854 perdió estas ayudas y, ante la imposibilidad de seguir estudiando, tuvo que buscarse la vida de otra manera. Así pues, marchó a Cuba, a la ciudad de Colón, donde, con su formación, adoptó la profesión de maestro de escuela.Una vez en la isla, pronto brotaría una inquietud que lo acompañaría el resto de su vida, la del periodismo.
Empezó a escribir artículos en periódicos de Santo Domingo, primero una novela titulada La cruz de piedra, dada a conocer en el folletín ‘Progreso’ de Colón y más tarde otra narración, La mujer con dos maridos. Sus artículos tuvieron tanto éxito que en 1862 le ofrecieron dirigir el diario cubano, algo que hizo sólo durante dos años debido a la restrictiva censura y las bajas retribuciones, que apenas le daban para vivir.
El primer biógrafo de Ramón Verea fue José Pérez Morris, quien estaba al frente de la estación telegráfica de la ciudad Colón. Allí conoció al periodista gallego, al que en uno de sus relatos describe como un joven alto, moreno, delgado de cintura y ancho de pecho, con los ojos grandes, carácter alegre, inquieto y calavera..
Según relata otro de los mayores estudiosos de este personaje, Olimpio Arca, autor de la obra sobre VereaEmigrantes Sobranceiros (1998), el gallego deseaba marchar a Nueva York y conocer una ciudad, una sociedad que se estaba haciendo a sí misma. Empezó a estudiar inglés en Cuba y en 1865 marchó a la Gran Manzana con un invento bajo el brazo. Se trataba de una máquina para doblar periódicos, cuya patente consiguió vender y, con el dinero, comenzar una nueva vida.Verea acabó impartiendo clases de español en las mejores academias neoyorquinas, aunque finalmente se hizotraductor. Fue entonces, según indica Arca, cuando el inventor empezó a estudiar lo que siempre había sido su gran afición, la mecánica, y a darle vueltas a una máquina de cálculo.
Pero en 1867, Verea retorna de nuevo a Cuba, estableciéndose en La Habana como representante de una importante empresa que vendía maquinarias y aparatos modernos. Pasaron ocho años hasta que el gallego se hizo con un pequeño capital para poder volver a Estados Unidos, donde además de seguir con su actividad comercial se lanzó de nuevo al mundo periodístico encargándose del diario El Cronista al morir su anterior director, el también gallego José Ferrer de Couto.
En 1878, y tras dos intentos previos, la Verea Direct Multipler estaba lista y el español la presentó en la Exposición Mundial de Inventos de Cuba, obteniendo el primer premio. Un mes más tarde, la Oficina de Patentes de Estados Unidos le adjudicaba el número 207.918 a esta ingeniosa máquina de hierro y acero, de 22 kilos de peso, capaz de realizar operaciones con hasta nueve dígitos en el multiplicando y seis en el multiplicador sin utilizar manivelas y a una escandalosa velocidad. Era, pues,la única calculadora del mundo capaz de realizar las cuatro operaciones aritméticas.
Tras aquel bombazo, Verea rechazó todas las ofertas que recibió para comercializar su máquina de cálculo, negándose, por ende, a lucrarse con su invento. Como él mismo explicaba al diario Las Novedades, sus objetivos no eran hacer dinero sino “un poco de amor propio”, “el deseo de probar que en genio inventivo un español puede dejar atrás a las eminencias más cultas”, “el afán innato de contribuir con algo al adelanto de la ciencia” y “un entretenimiento conforme a mis gustos e inclinaciones”. Estas declaraciones las recoge en sus estudios el investigador Olimpio Arca, quien relata que poco después Ramón marcharía a Galicia y no sería hasta 1882, después de un periodo de reflexión en su tierra natal, cuando retornaría a Estados Unidos.
Empieza aquí su etapa más comprometida con sus valores, con la sociedad y con el periodismo. Mantiene una empresa que había montado, la Agencia industrial para la compra de maquinaria y efectos de moderna invención, y funda en 1884 una imprenta, El Polígloto, en la que empezó a editar de manera quincenal El progreso, bajo el subtítulo ‘Revista mensual ilustrada de todos los conocimientos humanos’.
En ella publicaba textos sobre ciencia e ingeniería, pero también sobre economía, psicología, filosofía, religión y política. En sus páginas dejaba patente una actitud crítica hacia el sistema político de la Restauración española y el colonialismo estadounidense. En sus líneas defendía la igualdad de razas, la igualdad entre hombres y mujeres, la abolición de la esclavitud, daba voz al oprimido y atacaba a los opresores. El ser un librepensador y un progresista le valió muchos apegos –la revista se extendió por toda América y se llegó a distribuirhasta en 20 países -, pero también muchos detractores, siendo criticado y ridiculizado en diversas ocasiones por periodistas y políticos..
El no querer estar condicionado para poder expresar con libertad las opiniones fue el factor principal por el cual El Progreso apenas tuvo publicidad en sus páginas. De hecho, la propia publicación afirmaba que era el “único periódico en castellano que ha subsistido en Nueva York sin anuncios, sin subvenciones y sin degradantes adulaciones a los gobernantes y poderosos”.
Y es que, como en una ocasión publicó un diario de Costa Rica, El Progreso era “el periódico más valiente e indomable que se publique en nuestra lengua.Verea jamás inclina la rodilla ante los halagos del otro, ni se detiene por temor al puñal. Es un verdadero héroe de sus ideas, que siempre está pronto a sacrificarse en aras del deber que impone su difícil tarea de periodista”.
Tras dos años como quincenal, la periodicidad de la revista cambia y se convierte en mensual, recogiendo años más tarde su director en sendos libros titulados El altar y el trono y La religión universal, una recopilación de artículos publicados entre los años 1884-85 y 1886-87 respectivamente en la revista.
Finalmente, las presiones hicieron que Varea se traslada a Guatemala en 1985 y, posteriormente, a Buenos Aires, donde vuelve a renacer El Progreso durante un par de años, los que vivió el gallego. Una afección pulmonar lo llevó a la muerte en febrero de 1899. Soltero y sin descendencia, sus restos descansan en un panteón anónimo del cementerio del Oeste, conocido como Chacarita, en Buenos Aires.
En su localidad natal, junto a la iglesia del pueblo, una estatua evoca su memoria, la de un hombre que nunca se vendió, que siempre fue fiel a sus ideales, un convencido de que las batallas se libran y se ganan sobre el papel. Aunque su figura no se menta en las facultades de Periodismo, el escritor dio uno de los mejores ejemplos de defensa de la profesión… aunque finalmente haya pasado a la historia como el español que inventó la calculadora.
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