Fernando Gracia:/ Hace ya unos años que la carrera de Isabel Coixet tomó aires internacionales. Tras su más que prometedor debut en nuestro país consiguió entrar en el circuito “indie” con la que a mi modo de ver es su película más conseguida, “Mi vida sin mí”, y a partir de entonces ha ido trabajando para producciones foráneas, preferentemente con actores anglosajones.
Cierto que el desarrollo de la misma puede ser considerado como irregular y con frecuencia se ha dejado llevar más por la forma que por el fondo, despachando hermosas películas desde el punto de vista visual y no demasiado conseguidas en otros aspectos.
Hace ahora siete años firmó un bello trabajo bien acogido por la crítica y no demasiado visto por el público en el que dirigió junto a nuestra Penélope Cruz a la misma pareja del filme que ahora estrena: Ben Kingsley y Patricia Clarkson. Se trataba de “Elegy”, según un texto del eterno candidato a Nobel Philip Roth.
La buena sintonía con estos excelentes actores parece estar tras la asunción del encargo que supone dirigir “Aprendiendo a conducir”, una película que no parece en principio casar demasiado bien con la imagen de marca que se ha trabajado la directora en su carrera.
Una película sencilla de planteamiento, con una historia que se prestaba al almíbar, que no daba en principio mucho de sí y que tiene como mayores virtudes el que no se haya dejado arrastrar hacia el pastel y cómo no, a que cuenta con una pareja tan solvente de actores como los mencionados.
Una mujer en los cincuenta ha sido abandonada por su marido –por una mucho más joven, cómo no- y se encuentra bastante descentrada. Tiene una excelente profesión relacionada con la literatura, una magnífica casa, como es de rigor, y no tiene coche ni sabe conducir… algo realmente extraño en los USA.
Tomará clases de un exilado sij, con el que aprenderá algo más que a conducir. Las peripecias son sencillas pero dejan deslizar tenues y a veces brillantes apuntes que enriquecen la trama y consiguen que la película se vea con agrado, aun asumiendo que no pretende ser un texto de altos vuelos.
Retrata con acierto unas zonas de Nueva York no muy habituales y mantiene en todo momento un tono amable de comedia, que incluso pretende arrancar alguna sonrisa o algo más con ciertas conversaciones algo subidas de tono.
Kingsley demuestra una vez más su buen hacer en un papel a la medida. Seguramente cobra mucho más en sus colaboraciones en blockbusters y filmes pequeñitos como este le sirven para desintoxicarse y seguir convenciendo a la parroquia, que siempre le verá como Gandhi.
Manifiesto mi admiración por la Clarkson, actriz sin vitola de popular, pero con brillante carrera en la tele y en el cine de varios países, que incluso fue “chica” Woody Allen en dos ocasiones.
Película para pasar un rato agradable sin grandes pretensiones, rodada con buen gusto, es recomendable para personas no demasiado jóvenes, ya me entienden.