Marian Cisterna:/ Puede que nunca logremos entenderlas del todo, que jamás se abran de manera expresiva y nos cuenten el motivo por el que un día decidieron ser herméticos y salvaguardar sus sentimientos rodeados de punzantes púas.
Así es la anatomía de un cactus.
Siempre quiero pensar que en el interior de cada uno de nosotros se esconden las claves de nuestras reacciones ante los demás. A veces misteriosas, complicadas y puede que increíbles.
Duelos de antaño, desengaños, cansancio, preocupaciones… un conjunto de circunstancias que hacen crecer cada milímetro de las espinas que cubren lo que posiblemente no nos esforzamos en averiguar y que puede sea más hermoso e interesante de lo que imaginemos. Nos concentramos en observar las espinas y no prestamos atención a lo que en realidad hay tras ellas.
Poco importa que al final nos cuenten la historia con detalle y tampoco que nos narren un solo capítulo. Depende del resto (siempre) no hacerse demasiadas preguntas de por qué esta persona es así o dejó de ser alegre o extrovertido como los demás. Todos en algún momento hemos reaccionado de una u otra manera y cuando nos han juzgado por ello hemos pensado que si se supiera el motivo que nos ha llevado a estar tristes, oscos o enfadados con el mundo, mucha gente pensaría aquello de “Tierra trágame y escúpeme en la playa”.
Todos tenemos derecho a nuestra pataleta, a enfrentarnos al mundo como deseemos, a no ser el alma de la fiesta, a quedarnos en un rincón observando cómo el mundo gira, a encerrarnos en una burbuja por un tiempo ilimitado… en definitiva, a enfrentarnos a la vida como deseemos y a pagar las consecuencias de nuestras propias decisiones si es así como deseamos que ocurra. Aunque sea arriesgado y aunque nadie nos comprenda.
Y aunque está de moda hablar como si acabáramos de salir del bucólico mundo de Mr. Wonderful o hubiéramos devorado todos los libros de Paulo Coelho y Louise Hay, las claves para ser feliz de “verdad verdadera” se esconden en otro lugar: en nuestro interior, justo en ese punto que vibra con el abrazo de un hijo o de un sobrino, en el reencuentro con una persona en la que llevabas días pensando, en que alguien te dedique una sonrisa o un rato de su tiempo, en un aroma que te transporta a tu infancia (ese bote de galletas que tu abuela escondía en una alacena, o el de un juguete nuevo, o el olor a playa cuando estás llegando a un pueblo costero y se cuela por la ventanilla del coche mientras dices “Ya huele a playa” o el de la montaña cuando despiertas y abres la ventana observando el paisaje y pensando que quien sea haya decorado el planeta ha tenido un gusto exquisito eligiendo los colores… ). En esos momentos reside buena parte de la felicidad que tanto nos empeñamos en encontrar.
Volviendo a nuestros amigos “Los cactus”… decirte que ellos también necesitan sentirse rodeados de gente, aunque haya que cederles más espacio que al resto. Por nuestro bien y por el suyo, pero sin olvidar que también merecen atención y mimo.
Piensa siempre que las espinas no salen porque sí. Siempre hay una explicación para todo.