Redacción./ El sereno fue uno de los oficios más emblemáticos de los barrios de España , aunque no en todos los lugares tenía las mismas responsabilidades. fue el encargado durante décadas de encender las farolas con la caída de la noche, y vigilar las calles mientras la noche durase.
Así mismo, también tenía en su poder las llaves de todos los portales para quien la necesitara durante la noche. Los ayuntamientos proveían a cada sereno de capote, chuzo, farol, canana, gorra, pito y matraca para casos de incendio, así como en algunos casos de pistola.
Debían anunciar «las horas y el estado de la atmósfera con voz clara en toda su demarcación empezando media hora después de que saliera a rondar». En muchos casos acompañaban estas informaciones con un «¡Ave María Purísima!». Fue precisamente función de informar del estado meteorológico la que dio origen a su nombre. El cielo solía estar, por lo común, sereno y a fuerza de repetir esta expresión una y otra vez pasó a ser el nombre con el que se los llamaba, acompañado de una palmada seca ¡Sereno!.
Los reglamentos de la época eran muy precisos sobre lo que debían hacer cuando «advirtiesen que se halla abierta la puerta de alguna casa o ventana de alguna tienda o si recelasen que se estaban cometiendo algún robo en un edificio». También tenían que actuar «si sintiesen algunos ladridos de perros u otros gritos o ruidos extraordinarios que pudieran turbar el descanso de los vecinos».
Asimismo evitar «que se viertan aguas a las calles» y «bajo ningún pretexto podían entrar en casa alguna ni aún en la propia durante las horas de servicio excepto en los casos de incendio ni detenerse a conversar con gentes distrayéndose de su encargo especial que es el de vigilar su demarcación».
Otra de sus obligaciones era avisar al cuerpo de bomberos si se producía un incendio, a la policía por robo u otras trifulcas y, en general, mantener el orden y la tranquilidad en las calles. Tan a pecho y concienzudamente se tomaban este último cometido que al primer indicio de alboroto o ruido en la calle hacían sonar su silbato enérgicamente, llenando la noche de continuos pitidos. Llegó un momento en que la policía hacía caso omiso de este constante uso del silbato, ya que temían que la mayoría de las veces fuera un aviso de poco interés o necesidad, una falsa alarma, y por ello los ciudadanos pasaron también a ignorarlo, desapareciendo poco después su uso por falta de efectividad.
Hoy quedan muy pocos serenos,en los últimos años se ha intentado recuperar en varias ciudades españolas.