Redacción./ Antes de la Revolución industrial, el de herrero era un oficio básico en cualquier poblado. Elaboraba objetos de metal, comúnmente acero e hierro, de necesidad para toda la sociedad. Entre esos objetos se encontraban no sólo herramientas, campanas, armas y artículos de cocina, si no que en muchas ocasiones también realizaban artículos decorativos muebles e incluso esculturas.
Los elementos esenciales de este oficio son: La forja, que es lugar donde se le aplica calor al metal en la herrería, aquí se contiene y controla el volumen del fuego necesario para el trabajo, el yunque un gran bloque de hierro o acero, el martillo y las tenazas para coger el metal incandescente además de los moldes instrumentos para darle forma, estos se calentaban de modo tal que el metal se derrite y sale a través de aberturas previamente marcadas.
El color ideal para el forjado es un blanco-anaranjado, como deben ser capaces de ver el color del metal, muchos herreros trabajan en lugares de baja iluminación. Las técnicas de la herrería pueden ser divididas en: forjado (a veces llamado “esculpido” o “forjadura”), soldadura, recalentamiento y acabado.
Como la mayoría de los oficios, se convertía en un modo de vida que pasaba de padres a hijos. El oficio de herrero era el de un artesano que debía unir la fuerza, el ingenio y la destreza para dar, a golpe de martillo, la forma deseada y el temple adecuado a las piezas que se forjaban en su fragua. La experiencia y la habilidad eran sus dos cualidades más valoradas.
Con la llegada de la revolución industrial, el herrero pasó de estar en todos los pueblos a estar únicamente en determinadas poblaciones, habiéndose convertido a lo largo de las últimas décadas en una profesión prácticamente desaparecida, en los países más desarrollados aunque aún relativamente común en países de África y Asia.
Sin embargo, la irrupción de nuevas máquinas en el siglo XIX harían que surgiesen las fábricas de forja en su concepto actual.