Fernando Gracia:/ Hay personajes de ficción que parecen más vivos que los que realmente existieron. Sherlock Holmes es sin duda uno de ellos. Desde su irrupción en las librerías a finales del siglo XIX y máxime cuando el cine acogió sus aventuras, no cabe decir que haya pasado nunca de moda.
Seguramente las novelas y los relatos cortos de Sir Arthur Conan Doyle no se leen como antes, pero tanto la pantalla grande como la pequeña no paran de utilizar este personaje, y como muestra ahí tienen tanto la serie que protagoniza Benedict Cumberbatch como las versiones del cómic que interpreta Robert Downey Jr.
Bill Condon, que hace unos años nos obsequió con la excelente “Dioses y monstruos”, sobre las andanzas del realizador James Whale años después de dirigir las películas sobre Frankestein, vuelve a utilizar al mismo actor, el gran Ian MacKellen, en esta ocasión para presentarnos un Holmes de más de 90 años, que vive retirado en la campiña inglesa acompañado de un ama de llaves y su hijo.
La estructura del filme está planteada en abundantes flashbacks en los que el detective recuerda el que fue su último caso, aquel que le llevó a retirarse de su actividad. Los diferentes niveles de la acción no siempre están bien ensamblados y quizá no funcionan con igual interés.
No obstante esta salvedad, la película se sigue con agrado y cuenta con suficientes momentos interesantes e incluso inteligentes como para considerarla satisfactoria.
Es evidente que ayuda no solo a comprenderla sino sobre todo a valorarla el tener un aceptable conocimiento de la obra de Conan Doyle. Una serie de pequeños detalles esparcidos en las conversaciones serán seguramente del agrado de los seguidores del personaje.
Muy interesante me ha parecido la figura del muchacho embelesado por la personalidad de Holmes, en cierto modo similar a la del jardinero que trabajaba para Mr. Whale en la película más arriba mencionada y que encarnaba Brendan Fraser.
También me ha parecido muy acertado el giro del guión que nos muestra un Holmes dispuesto en cierta forma a contradecir lo que su amigo Watson –ya fallecido en la época retratada- había escrito durante años contribuyendo a la fama del detective.
El hecho de presentar a un Holmes no solo mayor, sino incluso muy mayor, le permite al director adentrarse en terrenos más sentimentales de los transitados en acercamientos anteriores. El hombre, que lucha contra la pérdida de memoria, reflexiona sobre sus actos y se permite ciertos rasgos de humanidad no presentes en otras películas o series anteriores.
Sir Ian Mac Kellen, alejado en esta ocasión de sus películas de gran presupuesto que incluyen el personaje por el que ¡ay! le conocerá la posteridad, Galdaf, está magnífico, como no puede ser de otra forma en un actor bregado en las tablas londinenses y especializado en Shakespeare.
Muy ajustada también Laura Linney, que a pesar de ser norteamericana, da perfectamente el perfil de mujer inglesa de mediados del siglo pasado. E impecable el muchacho, Milo Parker, con una expresividad en la mirada que le hacen augurar un buen futuro en la profesión.
Dentro de la atonía de los estrenos pienso que se trata de una opción suficientemente entretenida e inteligente, aunque puede no convencer del todo a los muy expertos en la figura del sabueso.