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Ellas, a los 45

mujer-silueta-sombraJosian Pastor. / En un país «de cuyo nombre no quiero acordarme», de cuyo sol todos hablan pero nos abrasa como la política, tenemos desempleadas a miles de mujeres trabajadoras, astutas, pisoteadas por la vida, cansadas de sacar adelante familias infinitas, hijos malagradecidos, hermanos solteros, abuelos desheredados, maridos violentos y, en definitiva, países enteros abocados a la ruina.

Esas mujeres, esclavas de por vida y acostumbradas a tres trabajos a jornada completa como son la casa, la familia y el remunerado durante toda la vida, no conocen la retribución de las horas extras; y acostumbradas a desbrozar la mala hierba de la casa, a resolver los problemas cotidianos con gran soltura, están siendo desplazadas por las empresas que, todavía hoy, siguen malconfiando en jóvenes sin talento ni experiencia, aunque muy baratos. Casi en condiciones de miseria.

Éstos jóvenes, «ninis» o no, generalmente poco sociables, nada acostumbrados a trabajar en equipo ni, por supuesto, a ceder en ciertas ocasiones, suelen ser los jefes de las personas experimentadas, las hormigas trabajadoras que sacan el trabajo de la empresa sin decir ni mú. Y luego nos quejamos de porqué este país es como es y está como está; de cómo tenemos los políticos que tenemos, de por qué todo el mundo roba, de porqué seguimos siendo Lazarillos de cualquier río revuelto después de tantos siglos.

La respuesta es simple: Porque no dejamos que nos gobiernen y nos juzguen las mujeres.

De todos es sabido que casa sin mujer es un completo desastre. Es así salvo honrosas excepciones (cierto que nunca hay que generalizar). El matriarcado en este país al sur de Francia y al este de Portugal (no sé si está bien visto nombrar a mi país), no lleva a las altas esferas de la empresa y del poder.
¿Por qué? Ésa es la gran pregunta que toda una sociedad debe hacerse.

Si la experiencia en un aliciente, un plus, una forma de desarrollo eficaz para cualquier empresa y una seguridad extra de beneficio, no está siendo valorada por nuestros empresarios ni por nuestros políticos sin horizonte patrio. Y esto nos llevaría a la siguiente pregunta: ¿Es que acaso prefieren perder dinero, experiencia y efectividad?

Estamos convirtiéndonos en meras piezas intrascendentes dentro de la empresa. Sustituibles en cualquier momento por piezas más jóvenes, más baratas, de peor calidad y que cumplen una mera función obsolescente: diseñados para durar unas determinadas horas y ser rápidamente sustituidos por otros. Pero esto significa que nunca se va a tener excelencia. Nunca se va a generar fidelización a la marca o a la empresa. Nunca se creará «tejido familiar» de empresa.

Y para eso está nuestro Gobierno. El Gobierno de partidos que olvida la justica y a sus ciudadanos. El Gobierno que no apoya la natalidad y que no va a poder sufragar el pago de las pensiones en un futuro muy próximo porque no piensa en el futuro. No piensa en las mujeres de nuestro país, no piensa en la calidad de su experiencia, en su capacidad de trabajo ( y en estos momentos me transmuto en mujer de más de 45 años). ¿Es de locos o de ignorantes?… Dejo la respuesta en el aire…

¿Acaso ya no pedimos consejo a los más sabios?

¿A dónde diablos queremos llegar extirpando de nuestra sociedad a quien nos ha dado la vida, nos ha criado y nos ha enseñado a salir adelante…?

Nos sonará este tipo de entrevista: «Usted podría acceder a este puesto de trabajo pero tiene demasiada experiencia. Lo sentimos, no encaja con nosotros (buscamos zopencos para que se desarrollen en nuestra empresa: somos así de listos)».

Como dice el poeta Manuel Vilas: «Son ellas las que sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades… Trabajan en todas partes… Sonríen como si la vida fuese buena…

En otros países las lapidan… No sabemos en qué piensan cuando mueren a manos de los hombres.»

Y yo termino diciendo: ¿Qué haríamos sin ellas? ¿Lo digo?: Matarnos los unos a otros, destrozarnos…

La civilización del Hombre comenzó con ellas. No dejemos que acabe con ellas.

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