Amparo Llamazares. / Existe un bonito proverbio africano que dice: “Para educar a un niño hace falta una tribu entera” y está lleno de razón, pero aunque al oír la palabra educación, inmediatamente pensamos en niños, realmente somos todos, tanto los jóvenes y los mayores los que necesitamos estar en un proceso continuo de educación. Porque nadie está en posesión de la verdad y entre todos nos ayudamos para poder crecer como personas responsables y conseguir que este mundo resulte más agradable a todos sus habitantes: humanos, animales, vegetales en sus entornos correspondientes.
Puede haber gente que te salude en el ascensor, que te de las gracias por abrir una puerta, que recoja los excrementos de su perro…es decir, son personas consideradas como educadas y es agradable cruzarte con ellas, pero estas actitudes no implican necesariamente que tengan una buena educación alimentaria. Puede que compren de forma compulsiva en el supermercado obedeciendo las promociones de multinacionales, que utilicen alimentos con bajo valor nutricional porque desconocen su composición, que abusen de refrescos embotellados con alta proporción de azúcar, que consuman frecuentemente platos precocinados de fuerte sabor que pueden satisfacer el paladar pero que engañan al organismo…
Para conseguir una buena educación alimentaria, necesitamos que desde la familia, la escuela, medios informativos y demás instituciones promuevan un estilo de vida sana, para elevar la calidad de vida de toda la población. Una buena alimentación permite alcanzar un mayor grado de bienestar biológico, psicológico, ecológico y social.
¿En qué consiste esto que es tan fácil de escribir y más complicado de cumplir? Se podría comenzar por la incorporación de unos hábitos saludables, en los que duda cabe, cuanto antes empecemos a habituarnos a ellos, mucho mejor, y quizá en la etapa de la infancia sería el objetivo principal:
–Higiénicos: como lavarse las manos antes de comer, cepillarse los dientes después de comer…
–Alimenticios: Una dieta equilibrada sin tanta proteína de la carne, pescado y mayor cantidad de verduras (Legumbres, hortalizas, fruta) y un porcentaje medio de hidratos de carbono (pan, patatas, pasta, arroz) y consumo moderado de grasas, siendo las insaturadas las más saludables.
-Práctica de cualquier ejercicio físico, que no tiene por qué ser un deporte determinado.
–Comer “con gusto” y “ a gusto”, disfrutando tranquilamente de lo que comemos y de la compañía porque socializando, el aprovechamiento es mejor para nuestro estómago y nuestra mente, así que fuera teléfonos móviles de nuestras mesas, charlando con los comensales nos da tiempo a una comida reposada, salivando y degustando sus ingredientes.
Cuando estos hábitos alimentarios son inadecuados, conllevan una serie de enfermedades: diabetes, obesidad, anorexia, bulimia, etc… Por este motivo es tan necesaria una buena educación alimentaria, partiendo de estos conocimientos ya tendremos unos criterios nutritivos, ecológicos, gastronómicos y psicológicos que sabremos adaptar a las distintas etapas de nuestras vidas, infancia, juventud, madurez y senectud.
Aprender a comer y cuidar nuestra salud reporta beneficios no sólo físicos sino también emocionales, aumentando nuestro bienestar, mejorando nuestro cuerpo y agilizando nuestra mente.