Yolanda Cambra./ La mente no está diseñada para vivir en la incertidumbre y sería un gasto ingente de energía y tiempo cuestionarnos absolutamente todo, por eso es mucho más adaptativo para nuestro cerebro adoptar creencias.
Pensamos que las creencias que nos gobiernan son opiniones nuestras, formadas con criterio y elegidas por nosotros mismos, al igual que nuestras ideas. Nada más lejos de la realidad. Las creencias se implantan a nivel subconsciente y son parte del filtro que nos hace reaccionar de un modo u otro ante determinada situación.
En realidad, no tiene mayor importancia descubrir si una creencia es cierta o falsa, lo verdaderamente importante es averiguar si esa creencia nos potencia o nos limita. El cambio de creencias es uno de los pilares de trabajo en coaching, ya que, en muchas ocasiones, hacemos verdadera fe de creencias que no tienen ningún sustento lógico ni científico y están condicionando nuestra vida y nuestro día a día, sin darnos cuenta de ello.
Hace años, yo trabajaba para una empresa del sector lácteo, cuyas ventas habían caído tras un informe publicado por una asociación de consumidores, en el que dicha empresa aparecía con una puntuación baja, a pesar de ser una marca líder. Cuando yo trataba de que los clientes comprasen mi marca, algunos me decían que habían sido fieles clientes durante años, pero habían dejado de comprarla porque “dicen que no es muy buena”. A mi pregunta de quién decía eso, la respuesta era “En la tele”.
Profesamos fe absoluta a todo lo que se dice en los medios de comunicación, sin tener en cuenta que muchas veces lo que se emite son opiniones y no hechos, y que la información puede estar sesgada e, incluso, pagada. Creo que fui de las pocas personas que se leyeron completo ese informe, que fue impugnado y llevado ante los tribunales, y lo que tenía peor puntuación de dicha marca no era la calidad de la leche, sino la presentación, la información y diseño del tetra brick que la contiene. Pero miles de personas ya habían cambiado de marca de leche porque, la que tomaban de toda la vida, en la tele y una asociación decían que no era buena.
Siguiendo con el mismo ejemplo, podía ver cómo los clientes volteaban los paquetes de bricks de leche para comprobar un número que, supuestamente, indicaba el número de veces que esa leche había sido reciclada. Esa creencia les limitaba hasta el punto de cambiar de marca de leche, si su favorita llevaba un número alto. En ocasiones vi hasta cómo se marchaban sin comprar leche.
Derribar esa creencia formaba parte de mi trabajo, así que tenía que hacer que se la cuestionasen: “Ah, usted me dice que ese número del 1 al 5 indica las veces que la leche ha sido reciclada, ¿verdad? Entiendo que eso conlleva que cada marca de leche recoge la leche caducada de la red de millones de puntos de venta y los lleva de nuevo a la fábrica, ¿es así? Bien, pero cada brick lleva un número diferente, con lo cual, una vez en planta, debe haber personal que separe la leche según su número para que, una vez pasteurizada de nuevo, vuelva a salir al mercado con un número correlativo, ¿es correcto? Entonces, una vez re-pasteurizada, se vuelve a envasar y se transporta de nuevo a los puntos de venta. Entiendo que, según usted, este sería el proceso de esta indignante estafa que pone en riesgo la salud de los consumidores reciclando la leche, ¿cierto?”
En ese momento, el cliente ya me miraba con una media sonrisa, tomando conciencia de lo absurdo de ese bulo.
Entonces, yo remataba: “Bien, eso supone el gasto del sueldo del empleado que retira y clasifica la leche de cada marca en el punto de venta, el transporte hasta la fábrica (contando el precio al que está el gasoil), el personal que recepciona y clasifica la leche según su número, el coste del proceso de pasteurización y del nuevo envasado, el transporte de nuevo a los puntos de venta… ¿De verdad usted cree que todo esto le saldría rentable a las marcas de leche, teniendo en cuenta el precio al que pagan el litro de leche a un ganadero?” He visto a mucha gente ruborizarse de vergüenza, ante lo evidentemente absurdo y disparatado de su creencia.
Y, aunque he usado dos ejemplos muy extendidos en nuestro país y que seguro que todos conocemos, que pueden hacer que cambiemos de marca de leche o, incluso, que dejemos de beberla, hay creencias a las que damos poder en aspectos mucho más importantes de nuestra vida, como ascender en nuestro empleo, mantener una relación de pareja, superar nuestros miedos, emprender proyectos…
Algunos ejemplos de creencias limitantes son “Esto es imposible”, “Los ricos son unos materialistas”, “No se deben tomar carbohidratos a partir de las 5 de la tarde”, “Yo soy incapaz de…”, “Hay que mostrar desinterés para que una mujer se fije en ti”, “No se puede confiar en nadie”, “Los hombres son todos iguales”, “Las mujeres no saben conducir”, “Las semillas de chía tienen muchas propiedades”, “Si muestro mi sentimientos me van a lastimar”, “Pensar en uno mismo es ser egoísta”, “Todo el mundo va a lo suyo”, “Llorar es de niñas”… ¿alguna te resulta familiar?
Te invito a que detectes tus creencias y, cuando menos, las cuestiones. Es tan fácil como preguntarte ¿Cómo lo sabes?
Yolanda Cambra
Coach personal y nutricional