Juan García Ruiz. Cada cabeza alberga un mundo dentro de sí. El pensamiento no entiende de fronteras y es quizá, junto con la memoria, la base de nuestra identidad. Pero el pensamiento necesita algo más; sin ese algo, estaría atrapado. Nacería y moriría en una misma cabeza, no podríamos conocer otro pensamiento más que el nuestro, no habría progreso.
El ser humano, como animal social, necesita comunicarse. Pero el pensamiento no tiene esa capacidad. Entonces ¿qué podemos hacer para que nuestro pensamiento, que es etéreo e imperceptible para el resto de humanos, salga de nuestras cabezas y penetre en otras? ¿Cómo podemos conocer lo que se le pasaba por la cabeza a una pequeña niña alemana durante los años 40, nada menos que un siglo después? ¿Y cómo puede el pensamiento recorrer kilómetros, atravesar continentes, moverse por cielo, tierra y mar, y llegar casi inalterado a cualquier lugar del mundo?
En efecto, la respuesta es el lenguaje. El lenguaje nos une. El lenguaje hace que nuestro pensamiento sea tangible, perceptible para el resto de seres humanos. Gracias al lenguaje podemos compartir el conocimiento, podemos hacer que viaje en el espacio y en el tiempo. Digamos que el pensamiento es invisible y se transforma en lenguaje para hacerse visible.
Pero en el mundo se hablan miles de lenguas diferentes. La cuestión es:¿utilizamos palabras diferentes para designar una misma cosa porque la percibimos de forma diferente según nuestra lengua?Según la hipótesis relativista, así es. La teoría del relativismo lingüístico sostiene que el lenguaje es cultural y afecta a otros procesos cognitivos como la percepción. Así, el número 80 no sería lo mismo para un español (ochenta) que para un francés (quatre-vingt, o cuatro veces veinte).
Lo mismo ocurre con los colores. No todo el mundo establece el mismo criterio para segmentar el espectro de longitudes de onda. Por ejemplo, la mayoría de los lectores estará de acuerdo en llamar azul a todo lo que se encuentre entre 460 y 480 nm. Pero resulta que en Rusia existen dos palabras para designar dos colores claramente diferentes entre estas dos longitudes de onda. Otras culturas tan solo perciben un color (utilizan una misma palabra) entre las longitudes 460 y 580, lo que para nosotros son dos colores, el verde y el azul.
Cuando se les muestra agua a un yoruba y a un norteamericano y se refieren a la misma como watermatter (matter with the characteristics of waterness) y wáter, respectivamente, podemos pensar que su concepción general del mundo es muy diferente. O podríamos pensar, como sugiere la hipótesis universalista, que el lenguaje es global, genérico, y que sus diferencias no tienen ningún tipo de efecto sobre el resto de procesos cognitivos como la percepción o el pensamiento. El relativismo lingüístico es tan solo una teoría. Pero no por ello deja de ser interesante.