Fernando Gracia./ Cabe la posibilidad de hacer una simple hagiografía y tratándose de un protagonista religioso despachar un filme “de estampita”. Esos problemas los soslaya el autor, Beda Docampo, evitando que solo sea un filme documental mediante la fórmula de introducir un personaje auxiliar, una periodista española con raíces argentinas.
La película combina diferentes épocas para hablarnos del nacimiento de su vocación y de sus andanzas en Argentina antes de llegar al momento culminante de su elección como Papa hace un par de años. El guión aletea sobre varios asuntos importantes sin profundizar en ninguno, buscando dejar patente la bonhomía del ahora Santo Padre, a veces de forma bastante simplista, pero en general de forma eficaz.
Cinematográficamente el resultado no es de altos vuelos, pero la película se ve con agrado, siempre y cuando uno no vaya al cine con grandes expectativas. Hay que reconocer que la idea es atractiva, pero viviendo el personaje tampoco cabía esperar mayor profundidad y mucho menos mayor sentido crítico.
Parece haber consenso generalizado en que este nuevo Papa, Francisco, cae bien a la gente. No a todos, seguramente, aunque absurdo e ilógico sería lo contrario. Me incluyo entre los primeros. Y la impresión que se busca y que encuentra el espectador no hace sino afirmar al personaje, a un clérigo que se siente sobre todo un cura –un padre- cercano a los más desfavorecidos y que por estos avatares de la vida –y del Espíritu Santo, aunque él mismo toma esto con ironía- acaba por sentarse en la silla de San Pedro, nada menos.
El director, que también firma el guión, y que hasta ahora no había desarrollado una carrera de grandes vuelos, procura humanizar lo más posible a su protagonista y para ello se sirve de la excelente interpretación de Darío Grandinetti, competente actor con una encomiable dicción como parece propio de los habitantes de aquel país.
No importa que no se parezca físicamente al auténtico Papa Francisco. Es argentino, se expresa muy bien y le ha imitado una cierta cojera que a veces muestra el Pontífice. Más que suficiente para que nos creamos el personaje.
Me congratulo que Silvia Abascal vuelva a la interpretación tras su grave enfermedad. Aquí cumple correctamente en su papel. También me ha hecho gracia ver a Emilio Gutiérrez Caba revestido de cardenal. Me ha parecido que representaba al de Sevilla.
Me consta que mucha gente no irá a ver el filme porque “no quiere saber nada de curas” o por “pasar de la religión” o quién sabe por qué otros prejuicios. Mientras que muchos otros irán atraídos por el innegable carisma de Francisco. O sea que la mayoría no juzgarán el filme por sus posibles valores artísticos. En mi modo de ver estos últimos son simplemente discretos. Pero añadiré que como espectador no me he aburrido en ningún momento y la figura del Santo Padre ha salido fortalecida ante mi modesta opinión de católico.
Ya sé que esto tiene poco que ver con el arte, pero…
Fernando Gracia