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De la academia a tu casa

Academia
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Rafael Castillejo./  En la década de los sesenta, era abundante y variada la oferta de academias que ofrecían a jóvenes de ambos sexos la posibilidad de acceder a puestos de trabajo mediante el aprendizaje de cursos especializados y dirigidos a actividades concretas. Aunque la mayoría de ellas se encontraban ubicadas en el centro, las diferentes líneas de tranvía con que contaba entonces cualquier ciudad las acercaban a tu casa. Tan sólo tenías que elegir el horario que te convenía. A las diez de la noche terminaban las clases y, curiosamente, era a esa hora cuando más alumnos se veían salir de estos centros de enseñanza. La causa era que muchos de estos estudiantes eran trabajadores que, simplemente, buscaban otro empleo mejor.

Puedo dar fe de que si el alumno se esforzaba lo suficiente, existían centros con la suficiente profesionalidad como para que lo que prometían se hiciera posible. Los cursos más solicitados por chicos y chicas que por unas causas o por otras no iban a la Universidad, eran: Mecanografía, Taquigrafía, Secretariado, Cálculo Mercantil, Contabilidad, Corte y Confección… y, como antes decía, bastaba con tomarse la cosa en serio y tener un poco de suerte para hacerse con un trabajo fijo y, de calidad incluso. Fuera, estaban esperándote oficinas de diferentes comercios, empresas, talleres, bancos, Correos, Telefónica, Administración Pública… Nadie podía prever que, algunos años más tarde, los inventos del hombre se iban a «merendar» el empleo hasta convertirlo en algo casi imposible para tantos jóvenes y… no tan jóvenes.

Ahora, siguen existiendo las academias, pero todo ha cambiado. Proliferan las de idiomas, informática, diseño web, música… pero, lo que no pueden garantizar es empleo. ¿Cómo van a hacerlo?

Dicen que hay que mirar siempre hacia el futuro pero, por lo que a mí respecta, debo estar perdiendo vista a pasos agigantados porque cada vez lo veo todo más oscuro. Me gustaría ver luz al final de este túnel. Lo deseo con toda mi alma. Sobre todo, por nuestros hijos… por nuestros nietos. Eso sí que sería una buena noticia.

Rafael Castillejo

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