Redacción./ Desde los años setenta del pasado siglo, Eduardo Salavera (Zaragoza, 1944) es uno de los pintores más significativos en el panorama del arte aragonés y acaso el más genuino representante de cierto postimpresionismo, que ha sabido conciliar magistralmente (con unos temas y un lenguaje y unos recursos formales y cromáticos tan personales como inconfundibles) con las decisivas aportaciones de la nueva figuración surgida en los setenta y desarrollada durante la década siguiente.
A partir de mitad de los años ochenta consolida un modo diferente y distintivo de entender y practicar la pintura, que se centra en el paisaje, aunque las figuras tengan en muchas ocasiones un protagonismo muy destacado, definiendo y depurando un estilo que se caracteriza por la fragmentación (muchas veces claramente abstracta) y la reinvención pictórica de imágenes con las que no pretende reproducir la realidad, sino únicamente recrear las experiencias visuales y los recuerdos emocionales que conserva su memoria.
En esta retrospectiva, el artista muestra no sólo una visión muy representativa del conjunto de su trayectoria, sino también la obra realizada en los últimos cinco años, donde se reafirma en las inquietudes plásticas y expresivas que siempre han caracterizado su trabajo.
Las setenta obras reunidas (que están formadas por más de ochenta cuadros, porque algunas se componen con dos, tres e incluso cuatro piezas) están fechadas desde 1970 hasta 2015, y realizadas mayoritariamente en óleo sobre lienzo, aunque no falten, sobre todo en trabajos de la década de los ochenta, los acrílicos sobre lienzo.
Se trata de formatos medianos, grandes y muy grandes correspondientes a su época neocubista de la primera mitad de los setenta; a la figuración casi expresionista y cercana al pop de la segunda mitad de esa década; a los monumentales y postimpresionistas paisajes con figuras de los ochenta; a la figuración musical y mitológica de los noventa; a los paisajes fluviales y más cercanos a la abstracción de la primera década del siglo actual; y a los deliciosos y, en muchos sentidos, magistrales paisajes salaverianos –fluviales, montuosos, arbóreos – de los últimos cinco años.
El conjunto de la exposición, que abarca cuarenta y cinco años de la biografía de Salavera, denota y confirma la categoría humana y artística de un pintor que, con tanta perseverancia como discreción, ha llegado a dominar todos los recursos formales, compositivos y cromáticos de un lenguaje plástico tan esencial como diferenciado y riguroso, y a configurar esa personalidad creativa y ese discurso filosófico y expresivo que sólo alcanzan los auténticos maestros. Seguramente porque Eduardo Salavera es uno de ellos.