Rafael Castillejo./ Nunca olvidaré el revuelo que se armó aquella tarde al salir de la escuela. Un compañero había traído una revista -entonces prohibida aquí- y fuimos sorprendidos por el director mientras «estudiábamos» anatomía femenina detrás de unos pinos. El padre del chico trabajaba en la Base Americana y, esa circunstancia, había hecho posible que aquel sobado número de «Playboy» llegase al humilde domicilio de un barrio zaragozano a mediados de los sesenta.
Al final, todo se arregló con una buena reprimenda -sin dar aviso a los padres- más la retirada de aquel «material» tan poco recomendable para el sano desarrollo físico y mental de unos chavales tan propensos al acné como a compartir espacio un día con las almas del Purgatorio. Pocos meses después, un amigo me contó algo parecido ocurrido en su colegio con un ejemplar de la publicación francesa «Folies de Paris et Hollywood».
Había muchas revistas con atractivas y sensuales chicas en la portada y desnudas en su interior pero, «Playboy» era la más famosa del mundo y lujosa en presentación. Me acuerdo perfectamente cuando, por fin, se comenzó a vender en España en el año 1978 y, mi vecino (el putero) justificaba su compra aludiendo a la calidad de sus textos. Y, hay que reconocer, que esto era cierto. Todavía recuerdan muchos norteamericanos una excelente entrevista a Martin Luther King publicada poco antes de ser asesinado. También, otra a Fidel Castro, en unos años en que las declaraciones del líder cubano cotizaban al alza.
Sin embargo, nadie se creía entonces que un español llegase a pagar 200 pesetas de aquellas por leer sólo entrevistas de corte político o cultural. Además, si se analiza hoy todo aquello, se puede decir que «Playboy» tardó mucho en salir a la venta en nuestro país. Cuando por fin lo hizo, eran varias las publicaciones que habían aprovechado la práctica desaparición de la censura en lo concerniente al sexo y, por menos dinero, ofrecían mucho más desmadre gráfico.
Con todo, aunque la revista del logotipo del conejito con pajarita nunca llegó a alcanzar las cifras presupuestadas para España, se mantuvo en el mercado durante muchos años y por ella desfilaron chicas de todas las razas y edades, desconocidas o famosas. Todo esto, además de los excelentes artículos que tanto gustaban a mi vecino.
Nadie podía prever en sus mejores años que de los cinco millones de ejemplares vendidos en todo el mundo se iba a bajar a 800.000 por culpa -en gran parte- de Internet, donde cualquiera puede acceder con un solo clik o un simple mandato de voz a contenidos sexuales en cantidades industriales y de manera gratuita.
Esta misma semana, sus dirigentes han anunciado un cambio de rumbo que afectará principalmente a lo que se consideró siempre línea de flotación de la revista y dejarán de publicar fotografías de mujeres totalmente desnudas. Su idea es la potenciar la calidad de sus artículos y entrevistas pero mostrando a las mujeres con ropa, aunque sea en poses insinuantes. Pretenden con ello llegar a un lector más joven y,sobre todo, poder adaptarse a las redes sociales, que con esto del desnudo mantienen una política inflexible que hace imposible que «Playboy» las pueda utilizar en su beneficio como lo hacen otro tipo de publicaciones.
Así que, al final, mi vecino (el putero) podrá volver a comprar su «Playboy» para leer buenos artículos y entrevistas sin que sospechemos de él. Si es que somos unos malpensados.
Lo que tengo bien claro es que cuando Marilyn Monroe apareció desnuda en el primer número de «Playboy» en aquel diciembre del 53, por muy buenos que fueran los artículos que la revista publicó, nadie se acuerda de ellos. Sin embargo, todos recordamos que la inmortal rubia aparecía sobre una manta de terciopelo rojo a juego con el carmín de sus labios.
Rafael Castillejo