Fernando Gracia./ Agustí Villaronga alcanzó el reconocimiento mediático cuando ganó el goya por su “Pan negro”, crudo relato de la posguerra española. Hasta entonces su cine solo había llamado la atención a ciertos sectores de la crítica, tras su interesante irrupción en el mercado con “Tras el cristal”. Tenía cierta fama de raro y se le asociaba con historias de tono morboso.
Quien suscribe considera que su filme más interesante de esos años fue “Aro Tolbunkien, en la mente del asesino”, que se pudo ver en nuestra ciudad, aunque me temo que solo lo hicimos cuatro gatos.
Su “Pan negro” le elevó a la categoría de director de alcance masivo y eso puede que haya influido para que la película que ahora nos entrega, “El rey de La Habana” parezca más destinada al público generalista, dotándola de abundancia de escenas subidas de tono, lo que siempre puede servir de llamada para ciertos sectores del público.
Partiendo de un relato de Pedro Juan Gutiérrez, se narran las andanzas de un muchacho en lo que se llamó “período especial”, esos años de la década de los noventa en los que Cuba dejó de recibir la ayuda que provenía del extinto imperio soviético, tras la caída del muro.
El mozo entra en contacto con una mujer algo mayor que él, que sobrevive vendiendo maní y su cuerpo, enganchada a las drogas. Una mujer todo sensualidad, que se encapricha de la dotación viril del chico y que luchará por mantener esa extraña relación al interponerse un bello travesti, que también se gana la vida como ustedes se pueden imaginar.

La película transcurre de forma harto desigual, aunque debo confesar que en ningún momento resulta aburrida. El problema estriba en que a veces resulta repetitiva y alterna momentos muy conseguidos con otros que no lo son tanto. Se pasa de la comedia a la acción, al melodrama y finalmente a una suerte de romanticismo, si se considera que también alrededor de la miseria se puede alcanzar éste.
Hay mucho grito, mucho taco, mucho sexo, posiblemente a ciertos espectadores les puede llegar a resultar más bien desagradable, pero en absoluto creo que el filme sea despreciable, como se dijo tras su pase en San Sebastián, donde tuve la oportunidad de verla. Otra cosa es que se esperara más de un director con experiencia como es Villaronga, que nadie podrá negar sabe filmar francamente bien.
La película no pudo ser rodada en La Habana, porque no era del agrado de las autoridades. Así que esa Habana Centro que vemos no es sino un lugar de la República Dominicana. Ese batiburrillo de casas decrépitas, esos cables peligrosamente a la vista, esas calles, esos desconchados, esa miseria no son de la bella capital cubana pero nos los creemos, ya que además están bellamente fotografiados.
La película dura un poco más de dos horas, la verdad que sin justificación clara. Un cierto poder de síntesis no le hubiera sentado mal. Dicho todo esto no cabe decir que estemos ante un producto logrado, pero tampoco ante un filme que no tenga sus atractivos. Personalmente me parece una obra harto desigual pero sin duda atractiva, al menos como espectáculo visual. Incluyo en esto último la contemplación de abundante carne de ambos sexos.
A título de curiosidad añadiré que tuvimos la oportunidad de conversar en Donosti con uno de los actores del filme, un famoso humorista de color que aquí interpreta el personaje de un enterrador, quien nos dijo que el rol del protagonista lo consiguió Maykol David gracias no solo a sus posibles dotes actorales –limitadas, por cierto- sino a su otra dotación, ustedes ya me entienden.
En la película se le comen literalmente sus dos partenaires, Yordanka Ariosa y Héctor Medina. La primera ganó la concha de plata por su espectacular actuación, y el segundo despacha un travesti magnífico, que me recordó a películas como “Desayuno en Plutón” o “Juego de lágrimas”.
En suma, filme en absoluto redondo pero no exento de atractivos, un tanto “fuerte” como se decía antaño, aunque ahora ya casi nada nos lo parezca.
FERNANDO GRACIA.