
Francisco Javier Aguirre./ Supone un reto para los cuatro actores, Ignasi Vidal, Fernando González, Cayetano Fernández y Armando Pita quienes, dirigidos por Víctor Conde, se enfrentan a lo que puede considerarse un musical multiforme, de estructura no convencional, que exige continuos equilibrios a sus protagonistas entre la comicidad, el dramatismo y la ternura, al tener que representar diferentes papeles.
Se cuenta la historia de un muchacho gay que, huyendo de sus perseguidores, entra en un tattoobar ocupado por el Destino, un camarero y un transexual, siendo allí socorrido por estos curiosos personajes. Sobre un libreto de Chistian Siméon, los actores componen una historia transgresora donde las canciones completan la trama (música en directo, al piano), consiguiendo un efecto catártico sobre el espectador, que no puede desentenderse del espectáculo. Los personajes, sobre todo el Destino, acuden varias veces al patio de butacas para involucrar a los asistentes y hacerles partícipes de la inmediatez del tema: un joven buscando su futuro en ambientes artísticos próximos al lumpen, que acabarán ocasionándole la muerte.
Esta propuesta de metateatro tiene sus riesgos, al no presentar un desarrollo lineal y al utilizar abundante simbología interpretativa. El espectáculo comienza con una cierta ambigüedad de ambiente y conceptos, pero va ganando consistencia a medida que avanza. Hay un trasfondo filosófico guiado por el principio de que el ‘destino’ no es irreversible. De esa manera, el muchacho fugitivo, interpretado por Cayetano Fernández, peleará con una realidad donde se entremezclan el amor, la sordidez, la belleza, las ilusiones, los sueños, los desengaños y la traición, a pesar de lo cual no se desvanecerá la esperanza de alcanzar su objetivo: convertirse en cantante.
La obra se presentó en París en 2006 y ha recorrido numerosos escenarios de Europa y América, con gran éxito de crítica y público. El estreno en Zaragoza, el pasado viernes, día 16, registró una gran afluencia. La escenografía de Daniel Bianco, la iluminación de JUanjo Llorens y la música de Patrick Laviosa contribuyeron a que el espectáculo resultara impactante: un juego permanente entre lo grotesco y lo tierno, la fatalidad y la esperanza, lo sórdido y lo poético. Como la vida misma.
Francisco Javier Aguirre