Marcos Díaz. / La nueva obra de Juan Manuel de Prada, ‘El Castillo de Diamante’, es una novela apasionante que narra el enfrentamiento entre dos mujeres extraordinarias en pleno siglo XVI, santa Teresa de Jesús y Ana de Mendoza, la Princesa de Éboli. En ella, Prada recrea este inigualable momento de nuestra Historia, donde diversas cuestiones políticas, sociales y religiosas de trascendental importancia se desarrollan.
Hemos hablado con él sobre su nueva novela, sobre estas dos grandes mujeres y también sobre cómo era la España de aquella época.
– ¿Ha disfrutado recreando el siglo XVI español?
– La verdad es que ha sido una experiencia grata desde el punto de vista creativo. No sabía cómo abordar este reto y lo que decidí es aprovechar las lecturas del Siglo de Oro para crear el clima y el tono lingüístico. Es una época apasionante, muy rica, no solo por los personajes que tiene, sino por todas las cuestiones políticas y religiosas que en ese momento se están barajando.
– Precisamente, y a pesar de todas las tramas y juegos de poder que se ven en el libro, ¿piensa que eran tiempos más sinceros que los actuales?
– Yo imagino que, en aquella época, la mentira también funcionaría como ahora. Sí que creo que era una época en la que las Españas, como todavía se decía, tenían una misión común. El descubrimiento de América se había convertido en una empresa colectiva; la reforma de la Iglesia con el Concilio de Trento también era una empresa colectiva española. Había una serie de cuestiones que unían profundamente a los diversos pueblos de España. Creo que ahora es un país vacío, que no tiene un sentido común. En ese aspecto hemos empeorado.
– Presenta a santa Teresa como una mujer enérgica y con un gran sentido del humor, ¿considera injusta la imagen que se ha proyectado de ella, donde se ha centrado la mirada en su faceta como mística o escritora frente a otras dimensiones?
– En líneas generales, cuando un personaje se convierte en un gran personaje histórico, corre el riesgo de acartonarse; corre el riesgo de dejar de ser un ser vivo y convertirse en una especie de espectro. A mí me interesaba mucho devolverla a la vida, como coger a una momia y tratar de insuflarle vida. El rasgo más llamativo de santa Teresa es el sentido del humor, esto lo tuve muy claro desde el primer momento. Había que tratar de recrear ese sentido del humor que se percibe en sus escritos en un personaje de carne y hueso, para tratar de alejarla un poco de esas visiones beatas o revolucionarias que creo que la capan, la rebajan respecto de lo que verdaderamente fue.
– Y de Ana de Mendoza se ha proyectado una imagen generalmente cortesana, ¿es injusta la Historia con las mujeres?
– Con Ana de Mendoza muy especialmente porque pasó a la Historia como un personaje pérfido, seguramente por los últimos años de su vida, cuando entró en el mundo de la intriga política. Pero no creo que haga justicia al personaje, a lo que fue toda su vida. Ella, al menos hasta la muerte de su marido, fue una mujer que llevó una vida muy apacible, que quería que su apellido ocupase unos lugares preponderantes en la corte, pero que no se dedicó a conspirar ni a hacer maquinaciones. Eso sucede en el último tramo de su vida, que no lo contemplo en la novela.
Yo me atrevería a decir que, de toda nuestra Historia, el siglo XVI y comienzos del XVII es el momento en el que las mujeres son más consideradas. Cervantes en El Quijote tiene un capítulo maravilloso en el que la pastora Lucinda se reivindica porque ha rechazado el amor de un pastor y dice que ella no quiere ser forzada a amar una persona si ella no la quiere. El siglo XVI es un siglo en el que muchas mujeres triunfan. Quizás santa Teresa y la princesa de Éboli sean las más destacadas pero hay muchas mujeres en esta época que adquieren una preponderancia. Yo me atrevería a decir que el momento misógino de la Historia de España no es el siglo XV ni el XVI, sino que empieza a partir del XVII. El XV es el siglo de Isabel la Católica y durante el XVI una hermana de Felipe II fue regente los años que él estuvo fuera de España. Sí que es verdad que a partir del siglo XVII las cosas cambian.
– ¿Dónde puede radicar la principal diferencia entre estas dos mujeres?
– La principal diferencia, lo que hace superior a santa Teresa, es que está dispuesta a renunciar a todo, y eso quiere decir a su posición social, privilegios y conveniencias, con tal de llevar a cabo lo que ella se ha propuesto. La princesa, quizá por haber nacido en el seno de una familia muy rica, no es capaz de renunciar a todo, hay cosas a las que no puede renunciar. Generalmente, quien nace en un medio elevado es más débil que quien no tiene nada que perder. Santa Teresa no tenía nada que perder desde el momento en el que decide meterse en un convento y, posteriormente, promover la reforma hacia una mayor pobreza. Lo único que tiene es lanzarse hacia su objetivo, ha dejado todo atrás. Quemar las naves es la medida más higiénica que uno puede hacer para sacar adelante su vocación o cualquier empresa, el saber que no has dejado nada detrás.
– La gran fe que tenía santa Teresa, ¿Puede ser otro rasgo que la diferenciara?
– La Princesa de Éboli no sabemos exactamente cómo era, porque sabemos mucho menos sobre ella, pero tenía una sincera inquietud religiosa. En la novela sí que la pinto con una religiosidad un poco turbulenta, conflictiva, pero exáctamente no sabemos cómo fue. Sí que tenemos la certeza de que era una mujer religiosa. Evidentemente santa Teresa vivía la fe de una manera mucho más exigente, mucho más entregada y personal. La Princesa de Éboli era una mujer que tendría fe pero que no la viviría de esa manera tan fuerte. Volvemos a lo de antes, una persona que no tiene servidumbres heredadas ni que defender una posición social se puede entregar más a su misión, que en el caso de santa Teresa es una misión de tipo espiritual. Yo creo que eso te hace más fuerte, el no tener ningún tipo de cortapisa ni impedimento, el poder dedicarte íntegramente a algo.
– Otro de los personajes relevantes, Antonio Pérez, es un político brillante, sinuoso y, digamos, moralmente ambiguo. ¿Hay en el espacio político actual alguien de esa talla?
– No. Existen personajes moralmente ambiguos, moralmente negativos, pero sin la brillantez de Antonio Pérez. Era un hombre brillante que, aparte de sus facultades como cortesano y secretario del rey, tenía habilidades literarias. Desgraciadamente, este tipo de hombres ya no existen. No es de extrañar que se exiliara en Francia y que fuera bien recibido, ya que tenía un temperamento muy francés; ese grado de malevolencia y cinismo más propio del francés que del aragonés. Era un hombre con rasgos muy afrancesados, en España no habría alguien con esa finura, con esa malicia refinada.
– Si en vez de enfrentarse, la Princesa de Éboli y Santa Teresa se hubieran unido, ¿hasta dónde cree que hubieran llegado?
– No lo sabemos. Seguramente, muy lejos. No sabemos hasta dónde, también podrían haberse desvirtuado mutuamente. Muchas veces, lo que nos hace fuertes es la oposición, más que la colaboración. Nos crecemos cuando encontramos a alguien que trata de impedir lo que deseamos, eso nos hace sentir más obligados a hacer lo que queremos hacer, actuando como un revulsivo. A lo mejor, si hubieran estado juntas, hubiesen rebajado sus ambiciones. Es no lo sabemos.
– ¿Ha observado algún paralelismo entre la actualidad y el siglo XVI?
– En líneas generales creo que estamos muy distanciados e, incluso en sus aspectos más oscuros, aquella época tenía más grandeza que la nuestra. Es una época muy distinta, una sociedad mucho más religiosa y el concepto del temor de Dios, donde produce mucho temor el castigo, se ha perdido. Eso cambia fundamentalmente los conceptos morales. Era una época que, por cuestiones diversas, propició una concentración de talentos que no la ha habido en otra. Es difícil encontrar paralelismos. Uno de los rasgos de Felipe II es que, a pesar de ser un hombre muy religioso, era un gran enemigo del Papa en lo político. El papado entonces era el máximo poder a nivel internacional; ¿tú te imaginas a nuestros gobernantes plantándole cara a Estados Unidos, a la UE o al BCE? Sería impensable. Hoy en día tenemos gobernantes que son felpudos, que están sometidos a los grandes poderes mundialistas. Felipe II era un hombre que consideraba que tenía que mantener la independencia de sus reinos frente a poderes extranjeros, lo cual es una gran diferencia. Y socialmente, creo que era una época en la que, más allá de que hubiese una penuria mayor o menor, había una conciencia de pertenencia común y, por lo tanto, había la conciencia de que España tenía un sentido, una misión de cara al futuro. La conquista de América permitía a mucha gente cambiar de vida y lanzarse a la aventura, eso ya no es posible. Uno si quiere lanzarse a la aventura se tiene que ir a Alemania, a servir a otro señor. La España de aquella época tenía esa posibilidad, además de tener más fibra moral y mucho más coraje que la España de hoy.
– ¿Y qué buena noticia le gustaría contar a nuestros lectores?
– Me gustaría escribir una novela sobre una zaragozana ilustre. Sobre Agustina de Aragón, por ejemplo. Creo que Zaragoza tiene personajes extraordinariamente novelescos. Ojalá escribiera algún día una novela sobre Agustina de Aragón. Probablemente, junto con santa Teresa, es una de las mujeres más extraordinarias de nuestra Historia.