Diego Medina Ruiz./ Al contrario que con la llegada de la primavera, dónde todo es alegría, la llegada del invierno inspira tristeza. Además, desde siempre, la superchería ha asociado la oscuridad con los espíritus y los muertos. La festividad de todos los santos es una sacralización más de estas antiguas fiestas paganas tradicionales de sociedades agrícolas.
En todo Aragón, por ejemplo, encontramos multitud de toponimia relacionada con las brujas en cuevas, barrancos, montes… y nos ha quedado en herencia los famosos “espantabruxas”. Para que no pudieran entrar brujas ni duendes se ponían pináculos en las chimeneas de diferentes formas. En los dinteles de puertas y ventanas se clavaba la flor también llamada así (bien la flor seca bien un símbolo con esa forma) o también patas de animal. Hay una leyenda que dice que a los brujos no les dolían los palos si eran en número par y por eso se les atizaban un número impar de golpes. Por eso siempre decían “Dame-ne más” (dame más).
Quizás la más famosa de todas estas es la de Halloween debido la difusión que se le ha dado por la televisión y el cine desde los Estados Unidos de América, aunque poco queda ya de sus orígenes. Los Celtas fueron una cultura de la que se han conservado multitud de estas tradiciones en Escocia y sobretodo en Irlanda. En estas fechas celebraban una fiesta llamada “Samhain” en la que se conmemoraba el fin del verano y creían que durante ese día y esa noche, los muertos podían mostrarse a los vivos y caminar entre ellos.
El origen de las famosas calabazas está en la leyenda de “Jack O’lantern”, el personaje más popular asociado a esta festividad.
En Irlanda vivía un herrero borracho, racano, egocéntrico y malvado que se llamaba Jack.
Una noche, en la taberna, Jack se topó con el diablo. Como de costumbre, el demonio tentó al herrero con favores a cambio de su alma. Jack se negaba rotundamente pero justo cuando el demonio iba a darse por vencido accedió a vender su alma y pactar con el diablo pero antes, éste debía invitarle a un último trago. Entonces, el demonio se transformó en moneda para pagarle al tabernero pero en vez de eso, Jack la tomó y la metió en su bolsa. Dentro había una cruz de plata por lo que el diablo no se pudo transformar y volver a su forma original así que se quedó allí prisionero.
El maligno rabiaba y Jack le hizo prometer para liberarle que no viniese a reclamar su alma hasta pasados diez años.
Transcurrido ese tiempo, el diablo volvió para reclamar el alma de Jack y se le apareció un día en el campo, al borde del camino. El herrero le dijo que se la daba pero que antes iba a coger unas manzanas. El demonio, ansioso por tener el alma de Jack accedió a ayudarle. Se acercaron al manzano, se subió a los hombros de Jack y se colgó de una rama. Justo en ese momento, el taimado herrero, sacó su navaja e hizo una cruz en el tronco. El demonio no podía bajar y aullaba rabioso. Jack le propuso al demonio que si le prometía no quitarle nunca su alma y dejarle en paz le liberaría. Sin otra solución y engañado por segunda vez, el diablo aceptó y Jack borró la cruz del tronco.
Cuando Jack murió no pudo entrar en el cielo porque al fin y al cabo, había sido un borracho y muy mala persona toda su vida. Cuando bajó al infierno, el demonio, que recordaba las humillaciones sufridas no lo podía ni ver y lo echó a patadas del infierno.
Jack quedó condenado a vagar como alma en pena hasta el día del Juicio Final. Sin embargo, antes de salir expulsado del averno, Jack consiguió que el demonio le diese un pedazo de carbón rusiente con ánimo de iluminar su camino en la oscuridad. El herrero se hizo una especie de linterna con un nabo. Lo vació por dentro, por arriba le pasó un cordel para sujetarlo, le hizo un agujero por el frente para que pasase la luz y puso la brasa dentro. Todos los años se aparecía por bosques y caminos el día de su muerte, en Halloween. Y así fue conocido como “Jack o’lantern” (Jack el de la linterna). En Irlanda, se vaciaban los nabos y se colocaban candelas en recuerdo de las almas perdidas como la de Jack la noche de Halloween y este nombre terminó por usarse para designar a los vigilantes nocturnos o a cualquiera que portase una linterna en la noche.
En el S.XIX hubo una gran hambruna en Irlanda por malas cosechas de patatas, el pilar de su alimentación, por lo que hubo una emigración masiva de irlandeses a América y con ellos viajaban sus tradiciones de modo que a principios del S.XX la fiesta de Halloween estaba extendida por todos los Estados Unidos. Lo único que cambió fue de lo que se hacían estas linternas. En América no existía este tipo de nabo pero si abundaba una variedad de calabaza que tenía una forma regular, era fácil de tallar y también de vaciar así que se adaptó como sustituto del nabo original hasta acabar siendo el símbolo de Halloween que conocemos hoy día.
Diego Medina Ruiz