En este último tuvo lugar el pasado fin de semana la actuación del grupo Teatro Guirigai/Teatro de la Frontera, con una obra escrita y dirigida por Agustín Iglesias, titulada La especie dominante. Una escenografía elemental, compuesta por una mesa y dos sillas que se desplazan a lo largo de la interpretación, sirve de marco al desarrollo de un espectáculo que sin tener unidad argumental, sí la tiene intencional, y de gran calibre.
Son siete episodios desarrollados por cuatro actores, Cándido Gómez, Mario Benítez, Nuqui Fernández y Magda García-Arenal, que se desdoblan en 16 personajes distintos surgidos de la cotidianidad, de las noticias de prensa, de las conversaciones domésticas, de las situaciones tensas a las que son llevados los seres humanos por el actual estado de las cosas, la innegable recesión que padecemos, no sólo en el aspecto económico, sino también en el moral y conductual.
La acción comienza con un catedrático de economía política que toma un aperitivo mientras opina sobre las circunstancias del presente. A continuación se suceden diferentes escenas en empresas, oficinas, bares y domicilios particulares, mostrando la hipocresía y la miseria moral tan frecuentes en estos tiempos.
El recorrido por la actualidad finaliza de forma genial en el mismo escenario en el que comenzó: el catedrático y el barman, que ya no es un individuo mudo y servil, como al principio, sino un elocuente testigo de la arbitrariedad con la que los poderosos manejan los asuntos públicos y un ardoroso combatiente a favor de la lógica y la honestidad. La especie dominante, personificada en el catedrático, es vapuleada simbólicamente en un ejercicio que une la comicidad y el dramatismo de forma genial.
El montaje del espectáculo cuenta con el enorme acierto del elemento audiovisual en las transiciones. Entre unos y otros suenan músicas y desfilan por la pantalla una serie de temas elegidos con mucha intención, desde composiciones de Michael Nyman o Louis Armstrong hasta melodías de carácter étnico.
Los cuatro actores desempeñan sus papeles con enorme eficacia, adaptándose a cada una de las situaciones y adecuando el lenguaje (particular mérito el de la actriz que representa a una mucama dominicana) a los diferentes personajes que pululan por el retablo escénico.
El espectáculo es ágil, entretenido y sugerente, pero al mismo tiempo deja un poso reflexivo que no se diluye con facilidad en la mente del espectador.
Francisco Javier Aguirre