Marcos Díaz. / El historietista, ilustrador y pintor Luis García Mozos (Puertollano, 1946) posee una trayectoria admirable, donde ha trabajado para las más prestigiosas editoriales del cómic, además de dirigir publicaciones como Rambla. Actualmente está centrado en el mundo de la pintura, donde destaca por el realismo de sus obras.
Hemos hablado con él con motivo de la clase magistral que realizó el pasado jueves en la Agrupación Artística Aragonesa sobre Anders Zorn.
– Comenzó a muy temprana edad a trabajar en Bruguera, ¿cómo fueron esos inicios?
– Por casualidad, como todas las cosas cuando eres tan joven. Fui a Bruguera con unos dibujos que había hecho a lápiz carbón. Yo estaba en Barcelona porque nos trasladamos allí, ya que los hermanos de La Salle le dijeron a mi padre: su hijo hace unos dibujos increíbles. Para desarrollar mi vocación pidió el traslado a Barcelona. Una vez allí me dijeron que por qué no presentaba mis dibujos en Bruguera. Me fui allí con 12 años. Cuando los vio José Bielsa me dijo que, si quería hacer tebeos, tenía que aprender a manejar la pluma y el pincel. A un niño que llega de un pueblo de La Mancha a una editorial, y le dicen que tiene que hacer dibujos con plumilla y tinta china, que no ha usado en su vida, eso le suena a chino. Bielsa tuvo un detalle maravilloso, ya que me regaló una plumilla, un tintero, papel y unas pruebas del Capitán Trueno para que hiciera copias. Me pidió que hiciera a tinta un cow-boy que llevaba en la carpeta y que copiara al Capitán Trueno. Fui a casa e hice esas muestras, las llevé y me dieron trabajo.
– ¿Cómo era el mundo del cómic en aquellos años?
– El mundo del cómic me pareció maravilloso. En Bruguera había pupitres, como en el colegio, pero para dibujar. Vivía una dualidad, ya que leía el Capitán Trueno como niño pero sabía cómo se salvaba. El Capitán Trueno solía acabar con un “continuará”. Me encontré con una situación maravillosa: les podía contar cómo se salvaba el Capitán Trueno a los amigos. Eso, cuando tienes doce años, es un valor.
– También empezó a trabajar pronto para el mercado internacional…
– Oí en Bruguera que la meca del cómic era Selecciones Ilustradas, ya que trabajaban para Inglaterra y ganaban más dinero. Yo, como era muy niño, dije “ah sí? Pues me voy a Selecciones Ilustradas”. Me fui con los dibujos del pueblo, con los ejercicios de pluma que hice en Bruguera y con algunas ilustraciones de Marcial Lafuente Estefanía. Se los enseñé a Toutain y me cogió. Salió dando exclamaciones, comparándome con Pepe González, que era un mito en Selecciones Ilustradas; el de más talento que había allí y yo no sabía ni quién era porque era un crío. Me dio mi primera historieta del Oeste, de la serie David Croquett. La primera viñeta, que era siempre espectacular, era una carga india a grupo de colonos que habían hecho un círculo con los carros. Vas a hacer tu primera historieta y lo que le pide el guionista a un niño de 14 años es una carga india con colonos defendiéndose… Afortunadamente, la inocencia es tan atrevida, y siendo niño aún más, que la hice. Fue todo muy bien.
El trabajo máximo que se podía hacer, a nivel de mercado, eran las historietas de romance. Entonces tuve que realizar un estilo totalmente distinto, porque me iban pidiendo el estilo que tenía que hacer. Esto es muy importante, ya que me crearon el reflejo condicionado de aprender estilos distintos. En el pueblo dibujaba con el carbón, después en Bruguera tuve que aprender a manejar la pluma, después en Selecciones Ilustradas el pincel… tenías que improvisar y aprender estilos de un día para otro porque un encargo no te deja dos meses para prepararte.
– ¿Cómo fue ese salto?
– A los 16 años ya trabajaba para el mercado inglés. Me fui de jovencito a Londres y tuve mi experiencia hippie, como era normal en aquel tiempo. Cuando volví a Barcelona le dije al director de la agencia que no quería hacer más historietas de romance, llevaba siete años haciendo la misma historieta y estaba harto. Justo en ese momento se había abierto el mercado norteamericano con las revistas de terror de Warren. Me dieron una primera historieta de terror, cosa que no había hecho en mi vida, yo estaba haciendo dibujos muy de figurín para las niñas jovencitas de 15-16 años inglesas. Un día te acuestas dibujando romance y te levantas dibujando terror. Esa primera historieta que hago se lleva el premio al mejor dibujante. No había hecho en mi vida una historia de terror, están metidos en la editorial los mejores dibujantes, que han sido mis maestros… ¡y me dan el premio a mí!. Automáticamente, ese premio me supone hasta salir en el telediario español. Fue un hecho sorprendente y me produjo cierto vértigo. Hice un viaje a Paris y, aprovechando que estaba allí, me fui a la revista Pilote, que dirigía Goscinny, el creador de Asterix. Conocía mi obra y me ofreció hacer una serie, permitiéndome elegir al guionista. Yo no tenía la edad suficiente para interiorizar todo esto, pensaba que le pasaba a todo el mundo. Empecé la serie (Las Crónicas del Sin Nombre) con guiones de Victor Mora y se vendió en todas partes. En Estados Unidos me apreciaban mucho y compraban las historias que hacía para Pilote, pagando los derechos de autor, y cambiaban los guiones para adaptar las historias.
– Realizó también los guiones de algunas de sus obras, ¿Llega un momento en el que es necesario trabajar también la historia?
– En aquel tiempo lo consideré necesario pero no solo yo; lo hicimos muchos autores, toda mi generación. Los guionistas no hacían los guiones de lo que nosotros queríamos hacer. Eso generó que tuviésemos que hacerlos nosotros. Empezamos adaptando relatos hasta que comenzamos a crear nuestras propias historias. Ahí empezó a aparecer por fin en España el cómic de autor.
– A partir de los 80 empieza a girar hacia la pintura. ¿Por qué se da ese cambio?
– Primero hice Nova-2. Creo que es mi obra cumbre. Todo el trabajo de Nova-2 me produjo un background de dibujo enorme, todo hecho a grafito y carbón, pero que conste que no estaba planeado. Nova-2 aparece como una alternativa de búsqueda de estilos y formas para expresar mejor lo que quiero contar, que es en definitiva lo que tiene que plantearse un contador de historias.
– En esta visita a Zaragoza va a dar una clase magistral sobre Zorn, ¿Qué es lo que más le fascina de este pintor?
– De Zorn, Sorolla, Sargent… los hijos de Velázquez, me fascina su capacidad, su síntesis y su traducción pictórica, al mismo tiempo que gestual. Es pintura que, en la proximidad, ves la materia. Ves la pintura, la digitación, la pincelada, el carácter… es una materia viva que no está peinada ni maquillada, está vibrando. Es magia pura. De lejos observas y se ha producido mágicamente la realidad, el ojo ha añadido todo lo que el pintor no ha hecho. Estos grandes pintores de la sugerencia me parece que hacían algo tan mágico que quise investigar sus técnicas. Lo tuve que hacer de forma autodidacta, ya que no existen estudios y ni siquiera investigaciones serias respecto a las técnicas.
– ¿Y qué buena noticia le gustaría compartir?
– Que ha resucitado Velázquez, o por lo menos que tiene una comunicación paranormal conmigo.