Ramiro I y Mayor de Navarra
Diego Medina Ruiz./ Ramiro I, nació hacia el 1006 en Aibar, en la actual Navarra, cerca de Sangüesa y la frontera con Aragón. Su madre era una noble de allí llamada Sancha. Aunque realmente fue el primogénito de Sancho III el Mayor no era producto del matrimonio legítimo. No obstante, siempre fue bien considerado y heredó de su padre el condado de Aragón, cuya posesión le venía de línea paterna por su tatatarabuela Andregoto Galindez, condesa de Aragón y casada con García Sanchez I, Rey de Pamplona. También recibió en herencia el valle de Aibar y otras tierras. Pese a que nunca se autointituló Rey, firmaba como Ramiro hijo del Rey Sancho, de facto lo fue y actuó como tal.
La leyenda viene precisamente porque era ilegítimo y sin embargo era uno más en la corte. Se cuenta que en una ocasión sus hermanastros discutieron con su madre y la acusaron de adulterio. Ramiro estuvo de parte de la reina y siempre la defendió logrando demostrar su inocencia por lo que Mayor, muy agradecida organizó una ceremonia solemne y ante el Rey Sancho y sus hijos metió a Ramiro debajo de sus sayas y luego lo sacó de allí a modo de parto simbólico. De este modo, Ramiro pasaba a ser hijo de ella también y por lo tanto, legítimo.
Lo cierto en todo esto es que, aunque el matrimonio legal del rey Sancho III fue con Mayor de Castilla, tuvo lugar en 1011, después del nacimiento de Ramiro, no hubo adulterio. Además, aunque hubiera buena camaradería con sus hermanastros, tuvo que jurar fidelidad a García, el sucesor en el trono de Pamplona y heredero de las posesiones patrimoniales.
Por otro lado, según la costumbre de Pamplona todos los hijos del rey recibían un territorio que administraban y que tras la muerte del padre pasaban a controlar de ser condados pasaron a ser reinos. El primogénito recibía los dominios patrimoniales y el resto los adquiridos. Por un lado se evitaba en cierto modo la desaparición del Reino por luchas fratricidas y por otro se consolidaba el control sobre el resto de posesiones respetando a la nobleza local a la vez que se mantenía la preeminencia del linaje real.
El mismo Ramiro tuvo un hijo con una noble de Barbenuta antes de contraer nupcias con Gisberga (rebautizada Ermersinda) hija del Conde de Foix. Ambos se llamaron Sancho y ambos llevaron al uso el patronímico Ramírez (hijo de Ramiro). Los dos también heredaron sólo que en este caso sólo el legítimo fue Rey.
Ramiro II y la campana de Huesca
Todo el mundo conoce la famosa leyenda de la campana de Huesca. Una campana que se oiría por todo Aragón.
Ramiro II, era el cuarto hijo de Sancho Ramírez así que para él quedó reservada una vida clerical. Subió al trono por las circunstancias acaecidas tras la muerte de su hermano en 1134. En su testamento legó todo el reino a las órdenes militares del Temple, los del Hospital y el Santo Sepulcro. Sin embargo, los nobles navarros y aragoneses no podían permitir que se cumpliese, era un testamento demasiado imaginativo y había mucho en juego.
La leyenda dice que Ramiro II mandó un mensajero al monasterio dónde vivía su mentor para pedirle consejo. En mensajero lo encontró en el huerto y tras escucharle cogió su espada y blandiéndola al aire cortó las coles que sobresalían de entre las demás. Y así pues, Ramiro II mandó llamar a los nobles más belicosos a la corte con la excusa de ceder a sus pretensiones. Uno a uno los iba llamando y tras atravesar la puerta eran decapitados. Mandó después llamar al resto de la nobleza anunciándoles que iban a ver una campana que se iba a oír en todo Aragón. Entonces, dispuso las cabezas de los nobles en un circulo y la del cabecilla en el centro a modo de badajo. Y así sofocó la revuelta.
Lo que si es cierto es que Ramiro II no lo tuvo fácil. Cuando subió al trono, en Navarra, García Ramírez se autoproclamaba Rey de Pamplona y lograba segregarse de Aragón perdiéndose Pamplona, Tudela, La Rioja, Álava y Vizcaya. Por otro lado, Alfonso VII de Castilla llegaba a Zaragoza con muchas tropas reclamándola para sí.
Mientras, buscaba alianzas y lealtades y se topó con oposición nobiliaria, incluso tuvo que huir a Occitania pero volvió y la hizo frente. Gracias en parte a su matrimonio con Inés de Poitou, hija del Duque de Aquitania. Poco a poco la situación cayó a su favor. Decapitó a los nobles más levantiscos, recuperó Zaragoza y rompió con Navarra. Una vez nació su hija Petronila la prometió con el mejor partido del momento. Entonces, creyendo el deber cumplido, se retiró de nuevo a su vida clerical.
Quizás la leyenda se deba a la rapidez y contundencia con la que resolvió la papeleta, en sólo tres años (1134-1137).
Diego Garcia Medina