Alejandro Novella./ Durante este momento me di cuenta de algo curioso y que nos identifica como seres vivos que somos, por no decir animales solamente. No es otra cosa que el hecho de pertenecer a un grupo, pero ejemplificado en los clientes que en ese instante disfrutaban de una tarde de sol en la terraza de turno.
En la sociedad funcionamos por envidias, por modas y por nexos comunes que nos invitan a formar parte de ciertas tribus u oleadas de nuevos hábitos. Todo forma parte de la estrategia que cada uno utiliza para sentirse integrado, útil con sus congéneres. Por supuesto, estas palabras no están supeditadas por ningún sociólogo, solo por un periodista que se digna a mirar sin preguntar, en ocasiones.
Si hablamos de pertenecer a un grupo, consideramos que tenemos que dar un paso para estar dentro de éste. Tiene que haber una acción que nos haga replantearnos querer estar en ese ambiente, y otra que sea la propia ejecución en un acto de voluntariedad y consciente. Y la cosa es que un día podemos estar en una cierta atmósfera y pasado un tiempo estar en otra vida completamente distinta.
Pero, ¿qué pasa si cuando mandamos mensajes de integración sin ser conscientes? Las palabras son puro mensaje, pero cuando hablamos de comunicación no verbal, también nos adherimos a estas variables de interacción social. Y ahora regreso a mi punto de partida, ¿qué es lo que realmente vi desde mi balcón? Algo tan sencillo como un intento inconsciente de estar presente en los pequeños grupos que se habían formado en cada una de las mesas de la terraza del bar.
Distinta disposición, diferentes personas, pero con un hilo conductor, el sentirse integrados. En una mesa se podía ver a unos padres con un hijo ojeando varios catálogos de juguetes, en otra varias chicas, reposando su espalda en las sillas, mantienen su conversación con una mano apoyada en su cara, en otras varias personas colocan sus manos entre sus piernas, o incluso otros que se incorporan al borde de la mesa donde además tienen situados encima sus brazos.
Todo esto nos lleva a pensar que nos sentimos más cómodos cuando encontramos un factor común con la persona que tenemos delante, tanto es así, que hasta copiamos sus movimientos en un acto tan cotidiano como es tomar un café.
Y todo tiene su sentido, ya que al igual que cuando alguien bosteza, esto provoca que el bostezo acabe siendo viralizado en otras personas, lo mismo ocurre con nuestra comunicación con nuestro cuerpo. Entran en acción nuestras neuronas espejo en este proceso de imitar a la otra persona para sentirte implicado, en un intento de mostrarte semejante a él/ella. El inconsciente se revela y te ayuda a unirte a esa persona iniciando movimientos parejos, y esto no me lo invento, es tan fácil como salir al balcón y empezar a observar a tu alrededor.
Alejandro Novella