Francisco Javier Aguirre./ Entre los personajes de Medea y de Madame Butterfly hay más de dos mil años de distancia, pero a pesar del tiempo transcurrido el fondo de la cuestión es el mismo: el abandono de la mujer por parte del hombre para iniciar una nueva relación de pareja. El dramatismo que comparten consiste en que ambas obras acaban con la muerte de personajes muy significativos. En el primer caso, con la de los hijos de Medea y Jason; en el segundo con el harakiri de la protagonista, siguiendo la tradición japonesa de quitarse la vida cuando ésta ha perdido sentido.
La desesperación de la mujer abandonada se traduce en la venganza más cruel de que es capaz una madre: asesinar a sus propios hijos para vengarse del marido infiel, en el caso de Medea, una mujer de fuerte temperamento y sentimientos extremos. Cio-Cio-San (Madame Butterfly), por el contrario, obedeciendo a su espíritu sumiso e inspirándose en los designios del destino, prefiere la autoinmolación, permitiendo que su hijo continúe viviendo bajo la tutela de su padre y de la nueva esposa americana.
Los significados de ambas obras son muy profundos, más allá de la trama argumental. Medea concita en sí una serie de elementos de enorme significado en el mundo antiguo, como la búsqueda de la riqueza (el vellocino de oro), el abandono de la patria, el enfrentamiento familiar (asesinato del hermano), la entrega a un hombre carismático, el sueño heroico y el amor violentamente defraudado.
La versión de la obra que pusieron en pie de forma magistral Ana Belén y Consuelo Trujillo, en los papeles de Medea y la nodriza, junto a Adolfo Fernández como Jasón, quizá un poco falto de contundencia, Luis Rallo como el preceptor, Pika Matute como Creonte y el resto de los personajes dirigidos por José Carlos Plaza, fue elaborado en esta ocasión con enorme sentido literario por Vicente Molina Foix a partir de los textos originales de Eurípides, Séneca y Apolonio de Rodas. Versión impecable desde el punto de vista dramático y poético, servida por un montaje de enorme expresividad, que fue estrenado en el último Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.
La ópera de Puccini ‘Madame Butterfly’ se estrenó en Milán en 1904. Supone un importante paso adelante tanto en el aspecto temático como el musical. El autor abandona en cierto modo la trayectoria melódica de sus predecesores, sobre todo de Verdi, así como el enfoque épico de las tramas, para buscar más bien un lenguaje modal, próximo al impresionismo de Debussy, y una visión más lírica de la realidad dramática que describe la obra.
En el apogeo del colonialismo, ‘Madame Butterfly’ es un alegato contundente contra esa fórmula de relación utilitaria que el occidente presuntamente desarrollado impuso a otros territorios, a menudo con tragedias de gran alcance. Aunque en la ópera de Puccini se trata de un drama familiar, no deja de adivinarse el trasfondo crítico de gran calado que contiene.
Muy solvente la interpretación de la soprano Hiroko Morita como Cio-Cio-San (Butterfly), y del tenor David Baños como Pinkerton, con un reparto bastante aceptable y un soporte orquestal consistente bajo la dirección de Martin Mazik. Escenografía escueta pero adecuada al ambiente japonés en el que se desarrolla la ópera.
Francisco Javier Aguirre