Fernando Gracia./ Parecía inevitable que tras el enorme e inesperado éxito comercial de la de los vascos los productores instaran al equipo artístico a seguir explotando el filón que parecía abrirse. Recientemente tuve la suerte de conversar compartiendo mantel y alguna copa con uno de sus guionistas, Borja Cobeaga, quien me manifestaba sus dudas y sus opiniones respecto a la entrega que ahora nos llega.
Debo decir que se han confirmado casi todas a la hora de ver esta nueva entrega, sobre la que todas las conversaciones girarán alrededor de si es mejor o peor, si se ríe más o menos, si tiene más o menos calidad, si dará más o menos dinero en taquilla, si…
En mi opinión el tándem ha despachado un producto técnicamente discreto, muy moderadamente divertido, que no engaña a nadie y que tampoco llega lejos en ningún aspecto.
Los que se divirtieron en la de los vascos pasarán un rato agradable en la de los catalanes, se reirán menos pero la verán con una sonrisa y poco más.
Y aquellos contrarios a la propuesta evidentemente no van a cambiar de opinión, y con razón. Porque ya no hay sorpresa, no hay posible novedad, y artísticamente la cosa no ha sido ni sigue siendo de altos vuelos, ni nunca lo ha pretendido.
Tras un buen comienzo donde se concentran la mayoría de chistes y gags, la película deviene en una comedia romántica, a la manera de las que rodó en serie Hugh Grant, o sea subgénero bodas y similares, sin sorpresa alguna hasta alcanzar el cantado final, aunque este tiene una coda chistosa, muy acorde a las características del personaje de Koldo, el que y defiende –y de qué manera- un magnífico Karra Elejalde.
Me detengo un momento en la figura de este actor, sobre cuyo personaje ya planea la posibilidad de rodar un “spin off”, ya que con diferencia es el único que daría para seguir discurriendo divertidos guiones en un futuro. Cada vez que aparece Elejalde en pantalla la película sube. Puestos a acentuar un acento –y ruego se me perdone la redundancia-, ninguno lo clava más que el vasco. Cobeaga y San José, como buenos donostiarras, dominan perfectamente las formas de hablar el español que emplean los euskaldunes profundos, y saben entregarle a este formidable actor el material suficiente para que se luzca.
El resto cumple sin alardes y sin aparente dificultad. La parte catalana, representada por la siempre acertada Rosa María Sardá y un Berto Romero que se está abriendo camino en el cine, cumplen sin estridencias pero con profesionalidad.
El público, al menos en mi sesión, se río menos de lo esperado, aunque posiblemente más de lo que merecía la película. Seguramente por la predisposición. Al final el comentario era recurrente y casi unánime: “No es como la anterior”. De acuerdo, pero eso no la hace técnicamente inferior. De hecho, cabe pensar que puestos a hacerla, y había que hacerla, porque a ver quién se niega a seguir intentando darle a la máquina de hacer dinero, tampoco había muchos otros caminos que seguir.
El argumento tiene una curiosa deriva que recuerda vagamente a la deliciosa “Goodbye, Lenin”, y en su parte catalana final está con frecuencia bastante cogido por los pelos. Pero, en fin, estamos ante una comedia blanca, tampoco se hace sangre en temas que están en las mentes y las conversaciones de casi toda España (con perdón) y la cosa al final se salda con un “ni sí ni no sino todo lo contrario”.
Las preguntas que se le hacen a los del equipo artístico giran sobre si habrá nuevas entregas, si lo siguiente será con gallegos, aragoneses, asturianos o quien se les ocurra, pero les puedo adelantar que de haberla será mezclando varias comunidades, no centrándola en una sola. Todo dependerá de los dineros que dé en taquilla esta de ahora. Así de claro y así de sencillo. No nos engañemos, esto es por encima de todo un negocio, y si sigue dando dinero…
FERNANDO GRACIA