Francisco Javier Aguirre./ Los episodios que se cuentan en ‘Buena gente’ pudieran haber ocurrido en cualquier país de nuestro horizonte económico y cultural. El caso es que al público zaragozano le encantó la obra, porque transmite humor y simpatía entreverados con el planteamiento de graves cuestiones, como la problemática laboral, los conflictos familiares, los secretos de la juventud, las adicciones ludópatas, y la atención a los discapacitados, entre otros temas.
Desde el punto de vista actoral, la clave está en Verónica Forqué, cuya vis cómica responde perfectamente al perfil de Margarita, una mujer simpática, entre ingenua y avispada, pero a menudo conflictiva. Ella soporta el peso de la acción e interactúa eficazmente con el resto de los personajes.
Lo consigue tanto con sus amigas Lola y Gloria, como con Raúl, un afamado oftalmólogo, procedente del mismo barrio humilde, compañero de juegos en la infancia, amigo en la adolescencia y luego algo más: presunto padre de una criatura discapacitada, la hija de Margarita, que no aparece en escena, pero hace que gran parte de la acción gire en torno suyo.
La personalidad de la protagonista, su manera de moverse, sus palabras, sus gestos… todo induce a la sonrisa, cuando no a la carcajada. Sin embargo, tras tanta desenvoltura, hay un drama latente que aparece a lo largo de la obra y condiciona la respuesta del resto de los personajes.
Es sorprendente la actitud de Patricia, la esposa del oftalmólogo, interpretada por Pilar Castro, que acaba solidarizándose con los problemas de Margarita. Es uno de los respiros de carácter humanitario provocados por la obra, escrita por David Lindsay Abaire y atinadamente versionada y dirigida por David Serrano. Tanto Juan Fernández, en el papel de Raúl, como Malena Gutiérrez y Diego Peris, completan un quinteto de enorme eficacia sobre las tablas. Buen diseño escenográfico de Ricardo Sánchez y precisa la iluminación de Felipe Ramos.
Francisco Javier Aguirre