Fernando Gracia./ El estreno de un nuevo filme de Steven Spielberg garantiza con casi absoluta seguridad que el espectador no se va a aburrir. El veterano director atesora una abundante filmografía que le hace ocupar un puesto notable en la industria del entretenimiento.
A estas alturas las posturas entre los espectadores ya están perfectamente definidas y sus partidarios siempre defienden de una u otra forma sus propuestas y sus detractores, que evidentemente los tiene, le ponen toda clase de peros, más aún porque no les hace gracia que sus películas funcionen más o menos bien en taquilla.
Y es que el hábil norteamericano de origen judío siempre tuvo clara la máxima de que lo primero es entretener, y eso le procuró grandes éxitos comerciales y ciertas reticencias entre los más exigentes.
En esta ocasión, con su película “El puente de los espías” nos traslada a finales de los cincuenta y principios de los sesenta en plena guerra fría, con una trama inspirada en hechos reales. En ella se narra la peripecia de un abogado norteamericano, especializado en seguros, que es requerido para defender a un espía soviético en el juicio al que se le va a someter.
Lo que en principio parece va a ser un filme sobre la justicia y el derecho a ella –aunque sea nominal- desemboca en una suerte de filme de aventuras de espionaje cuando se le solicita que haga de mediador en un canje de prisioneros con los comunistas, o sea con los “malos”.
Con una trama con aromas vagamente hitchkonianas –recuérdese que el mago ya transitó por estos senderos en “Topaz” y “Cortina rasgada”-, la acción nos transporta al Berlín convulso del tiempo en que se levanta el infamante muro.
El abogado está encarnado por Tom Hanks en lo que representa su cuarto trabajo para Spielberg.
Es claro que el director ve en él la encarnación del héroe americano: un tipo de apariencia normal, conservador, amante de su familia y capaz de cualquier sacrificio por su país. En el fondo una especie de continuación del personaje que hace todo lo posible para salvar al soldado Ryan, siguiendo la máxima con la que cerraba aquella exitosa película: “quien salva una vida salva al mundo”.
Y es esa otra vida, la de un estudiante americano, la que se propone salvar el bueno del abogado y que constituye la diferencia de este filme a la de otros que podamos recordar. Es en ese toque y en otros de humanidad donde advertimos la mano del realizador, unos dirán que para bien y otros lo contrario. Allá cada cual.
Si el filme se analiza desde el punto de vista meramente cinematográfico considero que es irreprochable. Excelentemente filmado, muy bien ambientado, con actores muy ajustados – Hanks está como acostumbra; tampoco da mucho más de sí y tampoco se le requiere-. Es cine “de toda la vida” y mal que pese a algunos, tremendamente entretenido.
Si se analiza desde el punto de vista ideológico o político, ya es otra cosa. Y dependerá mucho de la postura previa del analizador. Es evidente que el director no solo es americano sino que ejerce de ello. Está claro que puestos a elegir él se queda con lo que se queda. Pero no nos engañemos: ni el cine ni cualquier otro medio de expresión artística son absolutamente imparciales, aunque lo que digo admite ser contradicho, faltaría más.
En resumidas cuentas, que personalmente he salido satisfecho, que la película es cualquier cosa menos aburrida, que me ha gustado su aroma a cine de siempre, y que seguramente la realidad fue menos glamurosa y más sórdida, pero que el mundo es, ha sido y seguirá siendo tan complejo y con frecuencia desquiciado que estas tramas pueden ser tomadas perfectamente como factibles.
Si en la próxima gala de los óscar se lleva alguno, recuerden el nombre de Mark Rylance, actor británico que aquí interpreta al espía soviético, como posible ganador del correspondiente a actor de reparto. Y hablando de actores, me ha complacido volver a ver a Alan Alda, ya con sus añitos a cuestas. En esta ocasión, alejado del género de comedia que tan bien dominó. Y que me ha sorprendido que en el guion hayan contribuido los hermanos Coen.
Pienso que Spielberg, sin necesidad de hacer su mejor película, ha vuelto a acertar.
FERNANDO GRACIA