Yolanda Cambra./ Ser espíritu de contradicción, desde mi óptica de adulto, no ha de tener necesariamente connotaciones negativas, ya que puede referirse, no solo a personas que se oponen por sistema y que responden siempre con negaciones, sino que también es aplicable a quienes encontramos habitualmente otro modo de hacer las cosas. Y eso me parece altamente creativo y gratificante, y debería ser reconocido.
“Vas a hacer lo que nunca han hecho tus hermanas mayores” Ay, ¡esas creencias! La pobre hermana mayor debe dar ejemplo y cuidar de las menores. La pequeña sólo puede vivir a la sombra de las mayores, aunque su ritmo sea distinto.
Yo me cuestiono muchas cosas, desafío ideas y pensamientos, no puedo adoptar una premisa que no entiendo. Y, para entenderla, debo conocerla primero. No todas las cosas están así por una razón. A veces, están así, simplemente, porque nunca antes a nadie se le ocurrió hacerlas o ponerlas de otro modo.
Por ejemplo, ahora se acerca el fin de año y todo el mundo anda ya con sus propósitos de Año Nuevo: dejar de fumar, bajar de peso, apuntarse al gimnasio, cambiar de trabajo, aprender inglés… Todo eso es fantástico y yo también tengo mi propósito para el 2016. Pero decir “En el 2016 dejo de fumar” tiene la misma consistencia que un Frigopie en pleno agosto. No hay propósito que valga, si no va acompañado de un plan de acción y este, a su vez, ha de llevar un calendario o, cuando menos, unas fechas de compromiso.
Por eso, a mí, que he aprendido a vivir un día cada vez, pensar en el 2016 me parece anticipar porque quedan más de 600 horas… ¿sabes cuánto te puede cambiar la vida en 600 horas?
Yo prefiero pensar qué voy a hacer con esas horas que quedan hasta fin de año. El cambio de año es un instante poderoso, mágico y contundente. Yo quiero cambiar de año sintiéndome bien conmigo misma, sin lastres físicos ni emocionales, liviana y serena. No quiero empezar con un “Cuando acaben las fiestas tengo que…” Y, para eso, debo comenzar ya. Hoy estoy, ahora vivo, es en este momento cuando debo comenzar lo que siento que necesito hacer.
Voy a compartir con vosotros una de esas acciones: librarme (y liberarme) de objetos.
He tomado conciencia de que acumulo una gran cantidad de alimentos, productos, ropa y objetos inservibles en casa. Yo hago la compra cada semana, por lo tanto, no debería acumular tal cantidad de conservas, botes de champú, paquetes de papel de cocina, botellas… Yo vivo en la casa que dejó mi madre al morir e, instintivamente, coloco las cosas en los armarios del mismo modo en que ella las tenía. Eso, que en un principio me pareció práctico al ocupar esta casa, me estoy dando cuenta de que me está llevando a almacenar del mismo modo que lo hacía ella.
Bien, me he propuesto que, antes de que finalice el año, en mis 600 horas, he de consumir la mayor cantidad de productos alimenticios que haya por casa, tanto en el congelador, como las conservas en la despensa. Voy a deshacerme de un montón de vajilla que no uso nunca, de colchas que no he vuelto a utilizar desde que todos usamos edredones nórdicos. Voy a donar esa ropa que guardas con la ilusión de que algún día te valga, al menos la de cuando estuve delgadísima, porque ya no es mi objetivo volver a estar así, ni creo que nunca más lo sea.
Voy a sacar de casa un montón de objetos que me da pena tirar porque me los regalaron personas queridas y siento que hago un desprecio a la persona que me los entregó. A esas personas las voy a seguir queriendo y recordando, no necesito para ello un calendario azteca que no me gusta y nunca sé dónde colgar. A mayor vínculo con esa persona, más lástima nos da desprendernos de ese objeto. No tiene ningún sentido. Lo que sientes por esa persona es amor, pura energía, que nunca puede estar representada en algo material.
Sé que necesitamos realmente muy poco para vivir y que todo lo demás es superfluo. Pero mi casa no dice eso y yo siento la necesidad de que mi hogar esté en línea con mis pensamientos y mis emociones.
Acumulamos comida, objetos, personas, kilos…. Nos impedimos a nosotros mismos soltar ese lastre porque se nos ha educado en la cultura del “Tanto tienes, tanto vales”. Sentimos la necesidad de poseer: Poseer dinero, títulos, coches, personas… Nos asusta quedarnos sin nada y acabamos por aferrarnos a todo.
Yo elijo soltar lastre, liberarme de ataduras y apegos materiales, pasar la barrera del 2016 liviana, en un hogar diáfano en el que circule la energía y me predisponga a todo lo bueno que está por llegar.