Rafael Castillejo./ Si durante todo el año era una calle especial, al acercarse la Navidad, conseguía un plus de fantasía gracias a la transformación de algunos de sus populares establecimientos que competían en mostrar sus escaparates repletos y adornados debidamente para aquellos días
El que más se transformaba era «Casa Plou» (más tarde «Viuda de Plou), una antigua tienda de pucheros, cacerolas, vajillas, etc. que, al aproximarse estas fechas, recogía en su almacén todo aquello para poder exponer y dedicarse únicamente a lo que en un cartel anunciaban: «Venta de figuritas de belén y corcho a peso».
Vivíamos todavía en casa de mis abuelos y, el belén, se componía de unas pocas figuras «principales» procedentes de la infancia de mi madre y mi tía Carmen. Con mis primeras navidades, se comenzó a ir aumentándolo poco a poco, a razón de una o dos figuritas por año. Había que poner especial cuidado para la elección en la tienda. Me encantaba permanecer allí disfrutando de todo lo que abundantemente se mostraba y del característico olor de las figuras de barro y del corcho para construir montes por los que enviar a los pastores con sus ovejas y cabras.
A pocos metros, el bonito escaparate de «La Reina de las Tintas» mostraba una abundante oferta para el pequeño escolar y también para jóvenes y adultos que tuvieran el dibujo como estudio o profesión. Aquellas hermosas cajas de compases de diferentes tamaños y precios me fascinaban. Incluso llegué a creer que algún día sería delineante y podría comprarme el material allí.
En la acera de enfrente, la pastelería «Tupinamba» alegraba la vista a la vez que producía hormigueo en el estómago. Esos días, sin dejar de ofrecer su habitual bollería y repostería, los turrones ocupaban un espacio de privilegio que, pocos días después, deberían ceder a los roscones de Reyes. Volviendo a cruzar la acera, nos esperaba el establecimiento estrella de toda la calle: SEPU.
El viejo SEPU de la calle Torrenueva, con su planta calle y otra a la que se accedía por una escalera mecánica -la primera que hubo en España- ofrecía los mejores escaparates de Zaragoza y una buena oferta de juguetes.
Allí recogieron los Reyes Magos en aquellos años: mi tren de cuerda, mi fuerte de madera, mis cuentos de «Peter Pan» y «La Dama y el Vagabundo», mi caja de «Juegos Reunidos»… aunque, alguna de estas cosas, también pudo salir de otros establecimientos tan recordados por el niño que fui, como: «Almacenes El Águila», «El Ciclón» o «Bazar X» que, aunque no estaban ubicados en la calle Torrenueva, nunca olvidaré por varios motivos. Quizá el más importante sea que, a todos ellos, acudí siempre en compañía de mis padres y abuelos. ¿Cómo olvidar algo tan bello?.
Rafael Castillejo
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