Fernando Gracia./ Hace tres años un libro de nuestra paisana Luz Gabás, “Palmeras en la nieve”, se abrió camino en el proceloso mar de las librerías y cosechó un indudable éxito de ventas. Funcionó el boca a oreja y no solo en nuestra Comunidad, donde a fin de cuentas nos concernía más directamente, sino a nivel nacional la novela se puede decir que gustó a lo que se ha dado en llamar “lector medio”.
Conocido el tono de melodrama romántico con acercamientos a una realidad histórica poco tratada en la literatura, tenía bastante lógica que la novela gustara. Como lo tenía que el mundo del cine se sintiera tentado a ponerla en imágenes.
Una productora televisiva, Atresmedia, decidió convertirla en película de larga duración en lugar de en una serie, como había hecho con otro éxito editorial, “El tiempo entre costuras”, que tan bien le funcionó ante las audiencias. Y le encargó la dirección a un hombre de la casa, Fernando González Molina, a quien conocían bien por haber dirigido un buen número de capítulos de series de situación.
La carrera de este joven director también constaba de tres títulos, no precisamente muy gloriosos, pero que sin duda le habían servido para practicar el oficio… y para convertir a su admirado Mario Casas en una suerte de ídolo juvenil. Las películas eran “Fuga de cerebros”, “Tres metros sobre el cielo” y “Tengo ganas de ti”. Juzguen ustedes mismos…
Y aquí encontramos el primer problema a mi modo de ver de la aventura en la que se ha embarcado González Molina: Mario Casas. El papel de Kilian, uno de los dos hermanos que viajan desde un valle pirenaico a las plantaciones de cacao guineanas, le viene grande por todos los lados.
El muchacho sigue sin vocalizar ni medio bien y utiliza un tonillo de voz francamente desapacible. Soy consciente de que está intentado sacudirse la etiqueta de ídolo de quinceañeras, y me parece muy plausible. Ahí están títulos meritorios como “Grupo 7” o “La mula”, única película donde me ha convencido, pero en el intento se queda.
Y es una lástima, porque la película se ve con agrado en su conjunto, resulta siempre entretenida y pienso que no defraudará a quienes disfrutaron con la novela. Es una producción cara, está filmada con corrección y más o menos es fiel al espíritu del libro, aunque a veces pueda resultar un tanto confusa para quienes no lo han leído.
Como todo melodrama que se precie, y no es otra cosa tanto libro como película, hay bastantes idas y venidas amorosas, un acercamiento a la idiosincrasia de aquella posesión española, mucho menos conseguida en la película, y un cierto tono de suspense emocional no demasiado eficaz, al contrario que en el libro.
Oí de labios de la propia autora que uno de los motivos de escribir la novela fue haber elucubrado con una hermana suya si pudiera ser que tuvieran un hermano de color por tierras africanas, ya que su propio padre fue uno de los trabajadores de aquellas plantaciones. El papel de la mujer, que es y no es la propia Gabás, está interpretado con solvencia por Adriana Ugarte, a quien le basta su sonrisa para defender el personaje.
El resto del elenco, con veteranos como Emilio Gutiérrez Caba o Celso Bugallo, cumplen sin problemas, y la morena Berta Vázquez nos hace comprender cómo pierde la cabeza por ella Mario Casas. Y no solo el personaje sino también el propio actor en la vida real, y perdonen el inciso de prensa del corazón.
Estamos, en fin, ante una película que puede funcionar muy bien en taquilla, de propósitos comerciales, sin grandes pretensiones artísticas pero despachada con dignidad y oficio, bastante apropiada para estas fechas. Añadiré, en su favor, que las dos horas y cuarenta minutos de su duración no se me hicieron largas y que, al igual que la novela, está muy bien terminada.
Quien busque algo más –estudio profundo sobre el colonialismo, nuestro papel en aquellas tierras, asuntos interraciales- mejor piensen en otras propuestas. El propósito del libro no iba por ese camino y su traslación en imágenes, lógicamente, tampoco.
FERNANDO GRACIA