Fernando Gracia./ La irrupción de Quentin Tarantino a principio de los noventa en las pantallas mundiales fue arrolladora. Su filme “Reservoir dogs” atrajo la atención de crítica y público no expresamente por lo que contaba sino por la forma de hacerlo.
Era un joven que decía haber visto multitud de películas de serie B y peores, enamorado del cine violento, de los spaguetti westerns, de las novelas “pulp” y toda clase de géneros considerados menores si no ínfimos.
Cuando pocos años después firmó “Pulp fiction” no faltó quien le instaló en lo más alto del Olimpo de los creadores. La “tarantinitis” había inoculado su veneno en millones de espectadores, mayoritariamente jóvenes, y extendió sus garras a otros realizadores, muchas veces financiados por el propio Quentin.
Su cine me ha parecido siempre brillante formalmente, en una continua búsqueda de impactar al espectador, mezclando géneros y copiando en su beneficio aciertos de otros realizadores, al servicio de contar historias en el fondo bastante sencillas, que de haber sido narradas de forma tradicional hubieran dado para poco.
Tras el éxito obtenido por su séptima película, “Django desencadenado”, repite en el western con una historia más leve, desarrollada en varios capítulos, con un claro aroma a Sergio Leone, de quien toma para hacer más claro el paralelismo la figura de su compositor favorito, Ennio Morricone.
Una historia que nos lleva al estado de Wyoming en medio de un paisaje nevado, con ventisca, y a unos parajes desolados por donde se mueven unos cazarrecompensas, personajes también habituales en la filmografía del mencionado director italiano.
Estos “Odiosos ocho” –título con poca gracia a mi modesto entender- son una caterva de tipos a cual más indeseable enredados en un asunto de cobro de recompensas. Un largo, larguísimo preludio alcanza casi la mitad de la película, aderezado por una incesante verborrea, otra de las señas de identidad del director, a la manera de las conversaciones que tenían Travolta y Jackson en “Pulp fiction”.
A partir de ese momento la acción se desata y se vuelve a utilizar la misma técnica narrativa que Tarantino utilizó en esta última citada. Aparecen los tiros, aparece la sangre, la casquería y el esperado desparrame final, adobado todo ello por un tono de broma también habitual en el director.

La película me ha parecido un tanto desigual, excesivamente alargada sin necesidad, muy bien filmada como acostumbra y mejor montada, con actores muy ajustados, bellamente fotografiada… y no mucho más.El ir a más según avanza le acaba favoreciendo.
Los espectadores muy afines al cine tarantiniano podrán disfrutar razonablemente de esta nueva entrega, inferior a mi modo de ver a otras anteriores, pero suficiente para calmarles. A los que no gustan del cine del director no hay que decirles nada porque seguro que ni se plantean ir a verla.
De hecho, aunque lo hicieran, dudo que se convirtieran.Como divertimento, funciona. Yo no dejaba de pensar en “El bueno, el feo y el malo” y desde luego la de Quentin sale perdiendo. Nunca creí que tuviera nada especial que contar el director, pero debo decir que casi siempre me entretuve con sus películas, y en ocasiones incluso mucho.
En esta ocasión me he quedado un tanto a medias: algo de tedio al principio, buenas sensaciones en el medio y los excesos habituales al final. Suficientes para mantener el nombre.
Un hombre importante para la industria este Tarantino, y muy listo. ¿Un genio, como dicen algunos? Yo no lo creo, la verdad, pero tampoco pasa nada porque sea así.
FERNANDO GRACIA