Fernando Gracia./ Con unas pocas películas en su haber, Paolo Sorrentino se ha convertido no solo en uno de los más importantes directores en Italia, sino que ha alcanzado reconocimiento universal, gracias sobre todo a su Oscar por “La gran belleza”.
De ahí la expectación con la que la afición ha acogido su última obra, “La juventud”, aparente traducción del título original, aunque no del todo correcta, ya que debería haber sido simplemente “Juventud”, que parece lo mismo pero que no es realmente igual.
El toque irónico que presidía su éxito anterior aletea nuevamente en esta nueva película, empezando por el propio título, ya que los protagonistas son todo lo contrario que jóvenes. Se trata de un par de artistas rondando los ochenta, uno compositor y director de orquesta y el otro guionista y director de cine.
Descansan ambos en un lujoso hotel balneario enclavado en un paisaje idílico suizo. Son amigos desde hace tiempo e incluso consuegros. El argumento se limita a los pequeños aconteceres de su estancia en este lugar, sus conversaciones y sus relaciones con otros huéspedes, todo ello en un ambiente de tono decadente como parece consustancial a un sitio como ese.
Los recuerdos, los fantasmas personales de ambos artistas, su irónicas opiniones, su tono desencantado respecto al escaso futuro que intuyen más algunos momentos oníricos de cierto aire felliniano conforman el cuerpo central de esta exquisita y brillante película, que puede resultar complicada para quien se empeñe en encontrar supuestos significados ocultos pero que es perfectamente disfrutable si uno se deja llevar por el devenir de la trama, en una suerte de búsqueda continua de la belleza, como sugería el título de la oscarizada película más arriba recordada.
A pesar de que algunos dirán que no se parece en nada a ella, yo sí encuentro paralelismos, como el parecido entre los personajes del irónico y desencantado Toni Servilio y el que ahora encarna un majestuoso Michael Caine, tan magnífico como acostumbra.
Espléndidamente filmada, con planos que me han recordado a su excelente película “Il divo”, sobre la figura del político Andreotti, rematado el filme con una soberbia pieza musical, considero que estamos ante una nueva prueba de talento de este napolitano, cuyo “problema” para el futuro es que ha encontrado una cierta marca de imagen y no le va a ser fácil mantenerla, a riesgo de repetirse.
Una vez se salió de ella para dirigir a Sean Penn en “Un lugar donde quedarse” y lo que le quedó no fue precisamente glorioso.
Hay un momento que me ha parecido fascinante en la película, y es la breve aparición de Jane Fonda haciendo de lo que ella ha sido, una estrella del cine.
Un diálogo brillante entre ella y Caine, que deviene en una irónica reflexión sobre el mundo del cine.
La aparición de un actor representando a un exfutbolista, que lógicamente no puede ser otro que Maradona, aunque nunca aparezca su nombre, se entiende como un guiño asociado a la infancia o juventud del propio director, en recuerdo de que el astro argentino hizo ganar el campeonato italiano de fútbol al equipo de su tierra, el Nápoles, algo que no ha vuelto a repetirse.
La película viene de ser premiada como la mejor europea, así como la interpretación de Michael Caine. Opta a tres óscar pero de ellos solo uno de cierta importancia, el de mejor canción, precisamente por la que cierra la película. No le ha tocado en suerte este reconocimiento a Caine, aunque tampoco hay que darle mucha importancia a esto. Ya se sabe cómo son estas cosas de los premios.
Filme exquisito, para finos paladares, y nada comercial. Si se animan a verlo, simplemente déjense llevar y disfruten de la eterna búsqueda de “la gran belleza”.
FERNANDO GRACIA