ZBN./ José Manuel Belmonte Cortés (Córdoba, 1964) pertenece a esa generación de escultores (desafortunadamente, quizá la última) que se formaron en las técnicas y procedimientos históricos del oficio –considerándolos todavía imprescindibles para el desempeño de una disciplina artística milenaria que ha sobrevivido a todos los avatares y contradicciones– tanto en el ámbito académico (en su caso en la Escuela de Arte Mateo Inurria de Córdoba) como en el magisterio del taller tradicional (de cuyas insuperables enseñanzas se nutrió Belmonte de la mano de su maestro Antonio Gallardo Parra).
De aquel aprendizaje y progresivo dominio del modelado, la talla, los vaciados, y del conocimiento cotidiano y profundo de la naturaleza y las virtualidades de las arcillas, las maderas, las piedras (incluyendo los mármoles, que aprendió a trabajar con emocionada precisión en los talleres de las canteras italianas de Pietrasanta) e incluso de la inusual talla del hielo (con la que ha llegado a conseguir resultados tan sorprendentes como admirables) y de su ilimitada maestría en el uso de la resina de poliéster como material definitivo para la mayoría de sus obras no monumentales (a falta, lógicamente, de los recursos necesarios para fundirlas en bronce) han surgido las extraordinarias esculturas que viene realizando desde comienzos de este siglo, una parte muy representativa de las cuales se presenta en esta exposición.
Belmonte es un escultor figurativo (pero poco realista, y mucho menos hiperrealista, por más que la excepcional calidad técnica y la sorprendente precisión formal de su obra puedan inducir a pensarlo), aunque no platónico e idealista, porque su escultura no está imbuida de grandes ideas filosóficas cuanto de impulsos intuitivos y emociones comunes pero esenciales, traducidas a veces en cuerpos e imágenes de intención metafórica, con las que nos plantea reflexiones ideológicas y vitales acerca de las inquietudes, las ilusiones, las rebeldías, los sentimientos y las aspiraciones cotidianas de la gente que forma el sustrato social y cultural de su época y su propia existencia, que son en definitiva las nuestras.
Las piezas reunidas en esta muestra, bajo el título general de Naturaleza del alma, pueden agruparse, salvo unas pocas excepciones, en tres conjuntos o series bien diferenciadas y definidas:
– Hombres pájaro, que forman un trío de figuras masculinas desnudas sobre sendas columnas –acaso recordando las de los estilitas– en actitud de iniciar uno o muchos vuelos (o de reflexionar sobre los riesgos de la aventura, o de volar al interior más que al exterior) seguramente motivados por el deseo de superar las angustias de la vida diaria o escapar definitivamente de sus limitaciones.
– El recreo de los ausentes, instalación compuesta por ocho figuras de hombres ancianos que se muestran desnudos y en actitudes lúdicas más propias de la infancia, quizá porque han llegado a ese momento en que, quienes lo alcanzan, regresan a la misma y vuelven a recuperar la inocencia perdida y la confianza plena de quienes nada temen porque nada recuerdan todavía.
– El pecado, conjunto de trece relieves dedicados al eterno tema de la transgresión de normas y tabúes, representado aquí de forma recurrente por una sucesión de cuerpos desnudos –por lo general solos y a veces en pareja– que aparecen sujetos a la cruel tentación o decididamente entregados al disfrute de la manzana paradisiaca.
NATURALEZA DEL ALMA (fragmentos)
Podría pensarse que Belmonte es un escultor platónico e idealista, pero nada menos cierto porque su obra no está imbuida de grandes ideas filosóficas cuanto de impulsos intuitivos y emociones comunes pero esenciales, traducidas a veces en cuerpos e imágenes de intención metafórica, con las que nos plantea reflexiones ideológicas y vitales acerca de las inquietudes, las ilusiones, las rebeldías, los sentimientos y las aspiraciones cotidianas de la gente que forma el sustrato social y cultural de su época y su propia existencia, como sucede con los distintos Hombres pájaro cuyos cuerpos desnudos y expectantes parecen dispuestos a levantar un vuelo inaplazable que les libere de las pesadumbres de la vida diaria o están reflexionando sobre las verdaderas posibilidades de la incierta aventura o incluso se preparan para dar el salto definitivo, no sabemos si al cielo de la existencia plena en libertad o a las profundidades de la contradictoria condición humana, porque también se puede volar al interior.
Aunque sea un artista figurativo, Belmonte no es en absoluto un escultor realista, ya que no le interesa la realidad per se, sino la recreación o reinvención de una cierta imagen de la misma, y mucho menos hiperrealista, porque no se rebaja a la mezquindad de los detalles anecdóticos, sino que asciende hasta la dignidad de los universales arquetípicos en lo perceptivo y lo sensorial, según demuestra con ese grupo de personas ancianas figurando actitudes que no parecen propias de su edad ni de su respetable condición, cuando lo cierto es que simplemente regresan al periodo impreciso de una cierta inocencia detenida en el tiempo, y son el paradigma de un futuro cercano viviendo en esos cuerpos que ya reconocemos como propios y que no siendo hermosos son sin embargo, y en el mejor sentido de la palabra, bellos.
Lo que en definitiva se ha propuesto Belmonte es sacar a la luz algunos de los gestos o rasgos distintivos de la naturaleza perceptible de esa vieja entelequia de condición etérea y discurso inefable que todos conocemos pero nunca hemos visto, y para conseguirlo la radica en un cuerpo de equilibrio imposible transido del flamígero goce del abandono, cuando ya no ignoramos que la naturaleza del alma está presente no sólo en su frutal anatomía, sino también y más en la materia misma del cuerpo y de la mente y en la pulsión vital incontenible de tantos hombres pájaro soñando con su cielo que acaba siendo el nuestro, y en los ojos serenos de todos los ausentes vagando en un recreo que nos espera siempre con las puertas abiertas, y en los cuerpos indemnes entregados sin tasa a las tribulaciones y el placer del pecado, y en la risa de un niño disfrutando a raudales de las olas del mar eterno en su recuerdo.
Rafael Ordóñez Fernández
BELMONTE
Naturaleza del alma
Sala del Museo Pablo Gargallo, 25 febrero-26 junio 2016